La joven fue apropiada durante la última dictadura cívico-militar. Se enteró hace apenas dos días de su historia. Es la hija de Walter Hernán Domínguez y Gladys Cristina Castro, ambos militantes del Partido Comunista Marxista Leninista (PCML).
La nieta restituida 117 nació entre febrero y marzo de 1978. Sus padres se conocían del barrio, y se habían casado un año antes de que los secuestraran. Walter Hernán Domínguez estudiaba arquitectura —donde había fundado el centro de estudiantes— y era chofer de colectivo. Había trabajado desde los 14 años en un estudio contable para poder pagarse sus gastos, pero fue en la facultad donde se agudizó su compromiso social: empezó a militar en el Partido Comunista Marxista Leninista (PCML) Gladys Cristina Castro estudiaba Diseño, pero tuvo que dejar los estudios para trabajar en una panadería.
El 9 de diciembre, la patota llegó hasta la casa que alquilaba la pareja, en la calle Luzuriaga de Godoy Cruz. La noche anterior, unos hombres habían visitado la casa de los padres de Walter: preguntaron por su hermano mayor, Osiris, que vivía con ellos y estaba trabajando en Pescarmona. “Señora Clara, ayúdenos por favor”, le rogó Walter a su vecina. Clara declaró unos años después que al salir al patio a ver qué pasaba una voz de mando le dijo: “Por favor señora, métase adentro de la casa”. Los vecinos recordaron que Gladys gritaba mientras la arrastraban, con su embarazo de seis meses, al auto en el que se los llevaron: “¿Por qué nos hacen esto, qué hemos hecho?”. La pareja creía que esperaban un varón. Pensaban llamarlo Federico, Nicolás, Guillermo o Bruno. Fue mujer.
En su casa, Walter y Gladys refugiaban a otros compañeros -entre ellos la compañera de Jorge Becerra, Susana De Miguel-. Ellos tenían noticias desde el 6 de diciembre de la desaparición de alguno de sus compañeros. Decidieron quedarse.
La búsqueda
La búsqueda de la pareja comenzó al día siguiente. Su abuela paterna, María Assof de Domínguez, que con sus 83 años hoy estará presente para contar el reencuentro con su nieta, pronto se convirtió en una de las referentes de Madres de Plaza de Mayo en Mendoza. Dejó el pequeño pueblo de San José, en el departamento mendocino de Guaymallén, donde se había casado con Osiris, constructor, y se había dedicado a criar a sus dos hijos, y se lanzó a buscar a su Walter, a Gladys y al nieto o nieta que llevaba en la panza.
María le contó a la prensa mendocina que aquél 9 de diciembre, cuando supo de la desaparición de una parte de su familia, fue como si un edificio de veinte pisos se le hubiera caído encima. Además, su otro hijo debió exiliarse en Francia. Pero pronto se puso de pie y empezó a caminar. El lunes siguiente presentó un recurso de habeas corpus en la justicia federal mendocina. De allí, el periplo que se ha repetido para cada una de la Madres de desaparecidos: iglesias, juzgados, dirigentes políticos. Ni una pista.
En 2001, creyó haberlo encontrado. “Tuve el rastro de un chico que entregó un militar a su hermana en Córdoba. Estábamos casi seguros de que era mi nieto porque era muy parecido a mi hijo. Después de muchas idas y vueltas logramos que le hicieran un ADN, en un consultorio privado, y dicen que dio negativo. Sigo buscándolo”, contó en 2011 al Diario Uno de Mendoza.
En agosto de 2012, empezó el tercer juicio de la provincia, donde se juzgaron a diez oficiales del Ejército, la Fuerza Aérea y la Policía de Mendoza —siete de ellos condenados a prisión perpetua—, por el secuestro de 32 víctimas, entre quienes se contaban su hijo y su compañera, los padres de la nieta aparecida. “Espero poder saber quiénes fueron los asesinos, quiénes los secuestraron. Y siempre espero una noticia de mi nieta o nieto, que tiene que buscar su identidad”, dijo María en la antesala de aquél proceso histórico. “Aún no sabemos qué pasó con el nieto de María Assof”, dijo durante los alegatos el fiscal general Dante Vega, “pero lo sabremos, confíen que lo sabremos”. Premoniciones.
Fuente: Infojus Noticias
La nieta restituida 117 nació entre febrero y marzo de 1978. Sus padres se conocían del barrio, y se habían casado un año antes de que los secuestraran. Walter Hernán Domínguez estudiaba arquitectura —donde había fundado el centro de estudiantes— y era chofer de colectivo. Había trabajado desde los 14 años en un estudio contable para poder pagarse sus gastos, pero fue en la facultad donde se agudizó su compromiso social: empezó a militar en el Partido Comunista Marxista Leninista (PCML) Gladys Cristina Castro estudiaba Diseño, pero tuvo que dejar los estudios para trabajar en una panadería.
El 9 de diciembre, la patota llegó hasta la casa que alquilaba la pareja, en la calle Luzuriaga de Godoy Cruz. La noche anterior, unos hombres habían visitado la casa de los padres de Walter: preguntaron por su hermano mayor, Osiris, que vivía con ellos y estaba trabajando en Pescarmona. “Señora Clara, ayúdenos por favor”, le rogó Walter a su vecina. Clara declaró unos años después que al salir al patio a ver qué pasaba una voz de mando le dijo: “Por favor señora, métase adentro de la casa”. Los vecinos recordaron que Gladys gritaba mientras la arrastraban, con su embarazo de seis meses, al auto en el que se los llevaron: “¿Por qué nos hacen esto, qué hemos hecho?”. La pareja creía que esperaban un varón. Pensaban llamarlo Federico, Nicolás, Guillermo o Bruno. Fue mujer.
En su casa, Walter y Gladys refugiaban a otros compañeros -entre ellos la compañera de Jorge Becerra, Susana De Miguel-. Ellos tenían noticias desde el 6 de diciembre de la desaparición de alguno de sus compañeros. Decidieron quedarse.
La búsqueda
La búsqueda de la pareja comenzó al día siguiente. Su abuela paterna, María Assof de Domínguez, que con sus 83 años hoy estará presente para contar el reencuentro con su nieta, pronto se convirtió en una de las referentes de Madres de Plaza de Mayo en Mendoza. Dejó el pequeño pueblo de San José, en el departamento mendocino de Guaymallén, donde se había casado con Osiris, constructor, y se había dedicado a criar a sus dos hijos, y se lanzó a buscar a su Walter, a Gladys y al nieto o nieta que llevaba en la panza.
María le contó a la prensa mendocina que aquél 9 de diciembre, cuando supo de la desaparición de una parte de su familia, fue como si un edificio de veinte pisos se le hubiera caído encima. Además, su otro hijo debió exiliarse en Francia. Pero pronto se puso de pie y empezó a caminar. El lunes siguiente presentó un recurso de habeas corpus en la justicia federal mendocina. De allí, el periplo que se ha repetido para cada una de la Madres de desaparecidos: iglesias, juzgados, dirigentes políticos. Ni una pista.
En 2001, creyó haberlo encontrado. “Tuve el rastro de un chico que entregó un militar a su hermana en Córdoba. Estábamos casi seguros de que era mi nieto porque era muy parecido a mi hijo. Después de muchas idas y vueltas logramos que le hicieran un ADN, en un consultorio privado, y dicen que dio negativo. Sigo buscándolo”, contó en 2011 al Diario Uno de Mendoza.
En agosto de 2012, empezó el tercer juicio de la provincia, donde se juzgaron a diez oficiales del Ejército, la Fuerza Aérea y la Policía de Mendoza —siete de ellos condenados a prisión perpetua—, por el secuestro de 32 víctimas, entre quienes se contaban su hijo y su compañera, los padres de la nieta aparecida. “Espero poder saber quiénes fueron los asesinos, quiénes los secuestraron. Y siempre espero una noticia de mi nieta o nieto, que tiene que buscar su identidad”, dijo María en la antesala de aquél proceso histórico. “Aún no sabemos qué pasó con el nieto de María Assof”, dijo durante los alegatos el fiscal general Dante Vega, “pero lo sabremos, confíen que lo sabremos”. Premoniciones.
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