La Argentina es pionera en la actividad antártica y ha tenido una presencia permanente e ininterrumpida en el continente blanco desde hace 112 años.
Un 22 de febrero de 1904 se izó el pabellón nacional en la primera base antártica permanente del mundo, en las Islas Orcadas del Sur, donde la Argentina instaló un Observatorio Meteorológico y Magnético junto con la primera Oficina de Correos de la Antártida.
Ello contribuyó a consolidar una presencia que la Argentina ya tenía en las regiones antárticas desde la época de los foqueros criollos, hacia 1817.
Entre los logros científicos obtenidos en las bases de nuestro país se destaca el proyecto Genoma Blanco, llevado a cabo en cooperación entre el Instituto Antártico Argentino y el laboratorio Biosidus.
Científicos de ambas instituciones llevaron a cabo campañas que permitieron aislar más de 200 microorganismos altamente resistentes a ambientes extremos, de gran interés para la comunidad científica por su potencial para aplicaciones farmacéuticas e industriales.
La actividad de las bases permanente y temporarias que conforman el Sistema Antártico Nacional son muestra del compromiso de la Argentina con el afianzamiento de su soberanía en la Antártida, el fortalecimiento del Sistema del Tratado Antártico y su vocación por cumplir los objetivos de ese instrumento.
El Tratado Antártico, concluido en 1959, ha evolucionado en la regulación de casi todas las actividades susceptibles de ser llevadas a cabo en el continente blanco.
El acuerdo fue concebido para evitar escenarios competitivos en torno a los recursos de la Antártida, y, para ello, se ha erigido a la cooperación internacional de las 46 partes consultivas y adherentes como elemento central de la actividad y las políticas antárticas.
REPORTAJE AL GENERAL JORGE LEAL, PIONERO ANTARTICO Y PRIMER PRESIDENTE DEL CEMIDA
Fue el primer argentino en llegar al Polo Sur, el primer presidente del grupo que reunía a los militares democráticos y el defensor del coronel Cesio, cuando lo querían expulsar del Ejército. A los 85 años, fue homenajeado en la Base Marambio, en esa Antártida que es su amor y que siempre vio como un continente pacífico e internacionalizado.
Por Eduardo Tagliaferro
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–¿Qué aprendizaje deja la Antártida?
–La Antártida obliga al hombre a ser tolerante, a ser amigo en serio. La Antártida obliga a convivir. Saber convivir es tan difícil en este mundo supuestamente civilizado. La Antártida es mucho más civilizada que cualquier otro lugar del planeta. Cuando digo civilización, no estoy hablando de comodidad, de placer sino del término exacto de la palabra civilización. Si los países supieran vivir civilizadamente, en el mundo no habría tantos problemas.
–¿Por qué la Antártida obliga a la convivencia?
–Al estar unos cuantos hombres durante todo un año, bueno antes, era todo un año, vivir juntos obliga a aprender a convivir o de lo contrario, se termina muy mal. Se aprende a convivir si se pone voluntad. En ese sentido la Antártida es un laboratorio maravilloso de autoanálisis. Yo puedo ir a la Antártida convencido de que soy el trabajador número uno. Al poco tiempo ya sé cuánto valgo. Y lo curioso es que los demás también lo saben. Así aprendo quién soy. Casi nada. La búsqueda de los filósofos de todos los tiempos, conócete a ti mismo. Si los argentinos todos nos conociéramos a nosotros mismos, seríamos mejores.
–Usted señaló que “Argentina solita no podrá defender sus derechos” antárticos. ¿Por qué?
–La unidad latinoamericana es posible porque es necesaria. Es necesario que nos unamos porque si no, nunca vamos a ser nada. Ni la Argentina, ni Brasil, ni ninguna de estas seudo naciones, no sé si utilizar este término, llegaremos a nada. Los latinoamericanos nunca debimos habernos convertido en veintitantas repúblicas. ¿Cuánto pesamos en el mundo estas repúblicas desunidas y débiles? Qué distinto sería si nos uniéramos. Tenemos poco menos de 15 millones de kilómetros cuadrados. Más de 500 millones de habitantes con todas las riquezas imaginadas, capaz de alimentar todas las industrias necesarias. Salvo Brasil, los demás países latinoamericanos no estamos industrializados. ¿Por qué? Porque no tenemos mercado interno de consumo. 500 millones de habitantes sí son un mercado interno interesante.
–¿Por qué en sus presentaciones reitera nuestros antecedentes históricos y geográficos en la región?
–El cuadrante antártico de 90 grados que enfrenta a América del Sur ha sido calificado por los geólogos del mundo como una continuación de la Cordillera de los Andes. Cordillera que pasa por Tierra del Fuego, luego se va para el Este, aparece en las Georgias, desaparece y aparece nuevamente en las Sandwich, vuelve a mostrarse en Orcadas, va hacia el Oeste, aparece otra vez en las Shetland y luego se ve otra vez en nuestra península antártica. Ese arco, llamado arco de Escocia, está conformado por los Andes. Todo ese cuadrante es continuación de la Cordillera de los Andes. La naturaleza está señalando que esa parte de la Antártida es parte de la América del Sur. Si a eso se suma la bula papal de Alejandro VI que les da a españoles y portugueses y a sus herederos, que somos nosotros, una línea imaginaria de posesiones que va del Polo Norte al Polo Sur, no quedan dudas de nuestros derechos. El Polo Sur, dice el Papa. Cuando nos independizamos heredamos nuestras tierras.
–¿Teme que se nos arrebate la soberanía?
–Más que arrebatarnos la Antártida, creo que podrán negarnos nuestras posesiones. Estados Unidos no reconoce ninguna pretensión de soberanía a nadie. Tampoco la reclama. Así se coloca en la mejor posición para dar el zarpazo cuando se le ocurra. Cuando todavía existía la Unión Soviética se comportaba de la misma manera. Se da cuenta de que es una situación totalmente inestable. El que pega primero o el más fuerte podrá negar a los restantes.
–En la Antártida predomina un espíritu pacífico y colaboración entre distintos países.
–Esto que se está viviendo en la Antártida se debe al Tratado Antártico. En el mundo no se conoce un tratado que haya durado para siempre. No hay ninguno. Por qué sería distinto con éste. Está previsto que si los 28 países que lo integran deciden que termine, terminará. Ese día van a empezar las pretensiones sobre un territorio rico en petróleo, como lo es el cuadrante sudamericano. Se sabe que los mares tienen petróleo. En este continente están todos los minerales. Este cuadrante nuestro fue el que mejor se estudió. Ya que al pronunciarse tan al Norte está más libre de hielo. Si no fuese por el Tratado Antártico, ya la Shell, la Esso o cualesquiera de las siete hermanitas petroleras estaría tratando de poner sus plataformas en la Antártida. En la Isla Ross, en esa zona del mar de Weddell, se sabe que hay petróleo. Y el día en que cualquiera de las siete hermanitas ponga una plataforma allí, sin pedirnos permiso a los argentinos, a los chilenos, a los sudamericanos, ya no podremos hablar más de que eso es nuestro.
–¿Es inevitable entonces la militarización?
–El territorio antártico es el único continente desmilitarizado. Las fuerzas armadas están en función de apoyo logístico a la ciencia. No llevan ni una pistola. Son los científicos los que llevan pistolas para dormir a las focas o estudiar otros animales. No se puede en la Antártida llevar a cabo ninguna actividad atómica, ni llevar residuos tóxicos. Es bueno recordar que la desnuclearización del continente antártico fue una imposición de la Argentina cuando se estaba discutiendo el Tratado. Estoy hablando del año 1959. Tanto la URSS como los Estados Unidos tenían en sus manos la monopolización del tema atómico. Para firmar el tratado, la Argentina pidió la desnuclearización del continente. El presidente de la delegación argentina en Washington, el fallecido embajador Adolfo Scilingo, asesor del presidente Frondizi, me contaba que cuando propuso la desnuclearización se produjo una sorpresa general. En ese entonces el tema atómico era partidario de las dos superpotencias. Parecía imposible lograr la desnuclearización. Este fue el punto que más se discutió. Poco a poco las potencias fueron entrando en razones.
–¿Qué se temía en esa época?
–La Argentina y Chile, que nos apoyó, querían la desnuclearización y especialmente, que se prohibiera llevar residuos radiactivos altamente contaminantes. Estados Unidos y la URSS no sabían qué hacer con los desechos radiactivos. Esos residuos son letales para el hombre por la friolera de 10 mil años. Esa sí que es una bomba atómica. Y no sabían qué hacer. Nosotros sabíamos que en algunos círculos científicos circulaba la idea de que la Antártida podría ser un depósito radiactivo.
–¿Qué efectos hubiera tenido?
–Estamos hablando de residuos que desarrollan altas temperaturas. Los científicos de esos países pensaban ponerlos en containers, buscar un lugar en el que la colata de hielo fuera suficientemente alta, le recuerdo que hay zonas en los que ésta tiene hasta 2 mil o 3 mil metros. Pensaban depositar allí esos contenedores. Al desarrollar temperatura se irían enterrando en la nieve y en el hielo. Eso quedaría tapado por 100 o 500 años. Lástima que son letales por 10 mil años. Qué pasaría cuando esos contenedores llegaran a la línea roca. Comenzarían a recibir la presión de millones de toneladas por kilómetro cuadrado. No hay contenedor, ni material que soporte esa presión. Se iban a romper y entonces los residuos comenzarían a caminar por debajo del continente antártico. Siempre lo comparo con la miel sobre una rodaja de pan. La miel comienza a deslizarse hasta llegar a los bordes. Los mares hubieran sido infectados y los primeros países que recibirían las consecuencias serían los países cercanos a la Antártida. Casualmente, ni los Estados Unidos, ni Rusia, ni Inglaterra, ni Nueva Zelanda. La Argentina y Chile hubieran sido los principales afectados. Por eso es que la Argentina impuso como requisito la desnuclearización y la prohibición de instalar residuos atómicos en la Antártida. El tratado fue muy conveniente para nosotros, a pesar de que en su tiempo, se nos criticó mucho.
–¿Qué gobierno tuvo duda en firmarlo?
–No fue de algún gobierno la duda. Fueron algunos argentinos. Recuerdo un diplomático argentino de apellido Candiotti, que en la década del ‘60 habló pestes del tratado. También hablaron pestes de Frondizi. Nunca entendí por qué los militares sacaron a Frondizi, un presidente brillante. Tampoco entendí por qué los militares sacaron a Illia, ni a Yrigoyen hace 70 años atrás.
–¿Entendió por qué sacaron a Perón?
–Tampoco lo entendí. Yo no fui peronista, pero nunca fui golpista. Desde 1943, cuando me recibí de subteniente, tuve la suerte de estar alejado de Buenos Aires, desde donde llegaban las revoluciones o, mejor dicho, los golpes. Con el grado de capitán vine a la Escuela de Guerra y luego me fui a la Antártida. A partir de ese momento estuve en el tema antártico. ¿Qué pasaba con los golpistas? Los golpes se preparaban contabilizando las unidades que estaban de cada lado. Lo que se contaban eran los fierros. Nosotros, en la Antártida no teníamos fierros. Además, siempre nos consideraban los locos que trabajábamos en la Antártida. Para qué sirve sumarlos, decían. Gracias a esto, me liberé de que me involucraran en cualquiera de las internas. Nunca entendí por qué en el año ’30 se produjo el primer golpe. Le cuento algo reciente. Yo odiaba cordialmente al ex secretario del Tesoro norteamericano Paul O’Neill, porque siempre nos criticaba duramente. Hasta que un día dijo algo que me dejó pensando. Dijo “de qué se quejan los argentinos, si desde hace 70 años vienen haciendo las cosas al revés”. Setenta años dijo. Se remontó hasta 1930, la primera vez que los militares echamos a un gobierno legal. Desde ese momento, no lo odié tanto, porque dijo una gran verdad.
–¿Qué recuerdo tiene del general Pujato?
–Por mi general yo tengo una especie de devoción. Yo era capitán cuando me seleccionó para ir a la Antártida. Fue un hombre extraordinario. Primero exigente consigo mismo y luego con los demás. También le decían el loco Pujato. Interesó a Perón para que el Ejército estuviera en la Antártida. Hasta 1950, en que funda la base San Martín, la presencia la tenía la Marina. El Ejército se hizo presente en la Antártida, porque había un militar Pujato, montañés de toda la vida, que era agregado militar en Bolivia en el ’47. Ese año Perón visitó Bolivia. Como se conocían ya que habían estado juntos en la montaña en más de una ocasión, el coronel Pujato le dijo a Perón: “Si nosotros decimos que aquello es nuestro, tenemos que estar allí”. Perón le dijo: “Cuando termine su misión en Bolivia venga a verme. Pero tráigame por escrito una propuesta”. Cuando Pujato terminó su misión en Bolivia volvió a ver a Perón. El plan tenía cinco puntos. Primero tener bases en la Antártida, segundo, el país debía contar con un rompehielos. No dijo el Ejército sino el país. Pensaba que de esta manera se podría llegar a las más altas latitudes. Tercero, había que hacer un caserío. Tenían que ir familias a la Antártida. Cuarto, debería contarse con un instituto, un organismo científico que tuviera relación directa con los estudios a realizarse en la Antártida. El quinto punto no lo escribió, pero nosotros lo conocíamos. El Ejército tenía que llegar por tierra al Polo Sur. El general decía: “Si yo tengo un casa con un fondo largo y nunca llegué hasta esa tapia, el día de mañana entrará cualquiera y me negará que sea mía”. No tuvo ningún ideario político y, sin embargo, le cargaron el tilde de peronista, porque le propuso a Perón la presencia del Ejército en la Antártida.
–¿Cómo surgió su expedición al Polo Sur?
–Estaba en la mente y en el corazón de Pujato llegar al Polo Sur. Pero no pudo hacerlo, lo retiraron estando en la Antártida y no pudo cumplir su viejo anhelo. El pidió que yo lo fuera a relevar como jefe de base. Jamás podré olvidar cuando me hizo entrega formal de la base. Las dos dotaciones formadas frente a una barrera de hielo de 500 kilómetros de frente por 500 de profundidad. Allí estaba “Belgrano I”. Me dijo, nos dijo: “Yo no pude llegar al polo, ustedes tienen que llegar”. Fue la última orden que yo recibí de mi general. La cumplimos.
–¿Cómo fue la travesía?
–Tardé 45 días en llegar y dieciséis en regresar. Entre ida y vuelta caminamos tres mil kilómetros. Ibamos con vehículos, trineos y perros. El polo está a tres mil metros sobre el nivel del mar. Necesitábamos los perros para que nos marcaran el camino. La Antártida se portó bien con nosotros, porque la temperatura mínima fue de 41 grados bajo cero. Creíamos que haría más frío. Esperábamos muchas grietas. Perdimos dos trineos grandes en las grietas y por suerte, no perdimos ningún hombre, ningún vehículo. Esperábamos muchas tormentas polares. Estuvimos cuatro días sin poder movernos dentro de nuestras carpas. Había que meterse dentro de la carpa y rogarle a Dios que no se volara. Esos fueron los momentos más difíciles. Son carpas chiquitas, con espacio para dos bolsas camas de cada lado y en el medio el cajón de patrulla con el espacio para hacer la comida. Cada carpa es autosuficiente. Adentro hace un poco menos de frío que afuera, apenas un poco. El calentador Primus con el que hacíamos agua y la comida, volvía amable la temperatura. Si afuera hacía 30 grados bajo cero con el calentador prendido, dentro de la carpa esto podía descender a 5 bajo cero. No se puede tener prendido el calentador en todo momento. En la expedición todo estaba previsto. Qué se hace dentro de la bolsa cama todo el tiempo. ¿Se duermen 10 horas, quince, veinte? No se puede leer, ni hacer otra cosa que estar dentro de las bolsas. Ese fue un momento muy bravo. Hay una pequeña película que hicimos. Allí se ve la locura que nos agarró al llegar al Polo Sur. Saltábamos, tirábamos los gorros al aire, nos abrazábamos.
–¿Qué cosas le quedaron grabadas?
–Entre las felicitaciones, una del papa Paulo VI. También recuerdo una frase de ese Papa que no se volvió a repetir: “Sobre toda propiedad privada pende una hipoteca social”. Si se materializara, qué frase sabia.
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