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Opinión: Ingeniería e ideología

Por Fabio Seleme (*): La identidad de una profesión se conforma con una serie de atributos, cualidades y temperamentos que preforman una percepción social y la autopercepción de la actividad, lo cual determina y limita un campo de incumbencias y prácticas propias de la ocupación de que se trate. El lugar que la profesión ocupa en el sistema socioproductivo, la función que cumple y las tareas que realiza juegan un papel relevante en el desarrollo de esa identidad. Lo que no quiere decir necesariamente que esa relación sea lineal y proporcionada. Más bien todo lo contrario. Porque la identidad profesional no deja de ser una representación cultural e ideológica y por lo tanto el resultado identitario es siempre una deformación de la realidad o directamente su inversión. Esto sucede de una manera clara con la ingeniería, que siendo una profesión central en el modo de producir riqueza a partir de la revolución industrial es codificada simbólicamente como una profesión técnica y marginal en términos culturales y sociales.
En línea con ese imaginario sesgado, año a año, en el ingreso a las distintas carreras de ingeniería nos encontramos, por ejemplo, con grupos de jóvenes preparados y bien predispuestos para las matemáticas, la física y la química, pero refractarios a la reflexión crítica en relación a la materia social, histórica y filosófica. Sabemos que ellos son, en miras de transformar en el futuro la realidad material de nuestra sociedad, lo mejor de nosotros. Sin embargo, el hecho de que aquel potencial de conocimiento esté imposibilitado de la conciencia política y una visión completa y contextualizada de la realidad resulta un grave obstáculo para que esa transformación de nuestra sociedad sea efectiva y provechosa. Nada es casual, la ideología hace bien su trabajo.
Efectivamente, la percepción de la ingeniería parece basada en la concreción plena de la disociación entre el saber técnico y los saberes políticos, humanos y sociales. Una disociación fundada en prejuicios y preconceptos que naturalizan la incompatibilidad entre el hacer y el pensar, entre la práctica y la teoría como ámbitos contradictorios. Un enorme error con gran tradición histórica de graves consecuencias y nada ingenua.

A pesar de que se acepta que el trabajo de la ingeniería tiene por objetivo mejorar la calidad de vida de la sociedad, pareciera natural que a los ingenieros no les competa reflexionar sobre lo que es su propio objetivo, es decir, pensar sobre lo que es bueno o malo para una sociedad. A pesar de que es mucho más probable que la actividad de un ingeniero esté ligada a conducir grupos humanos fijándole metas y directrices de trabajo que a realizar mentalmente cálculos matemáticos se niega el carácter humanista y social de la profesión. A pesar de que el bien público que tienen los ingenieros en sus manos es el crecimiento y desarrollo de una sociedad a partir de la generación de riqueza, las cuestiones referidas al desarrollo productivo parecen más reservadas a economistas y contadores que a los ingenieros.

La profesión se presenta entonces como una profesión neutral y de sentido común que brinda “soluciones técnicas” para problemas emergentes. Los ingenieros aparecen como expertos en tender al progreso bajo el criterio de lo eficiente, todo lo cual se reviste de cierta certeza evidente, unívoca e indiscutible. Algo resuelto de antemano en otros ámbitos. No es que sea una profesión sin ideología, sino más bien que es una profesión donde la falta de ideología es la ideología. Es decir, una profesión donde la acción ideológica es tan fuerte que se produce como su opuesto, como su falta, determinando una identidad profesional aparentemente ascética.

Como ya dijimos antes, nada de esto es casual. Las ingenierías son en realidad los saberes estructurantes del modo de producción capitalista. Los ingenieros crearon las máquinas que dieron lugar a la Revolución Industrial y fueron los ingenieros los que desencarnaron el saber de los artesanos para llevarlo a la ingeniería de las fábricas y sus líneas de producción. Es también la profesión que convirtió al conocimiento productivo en mercancía. Las ingenierías revolucionaron los medios de producción y las fuerzas productivas desde el siglo XVII en adelante. En definitiva, el conocimiento de la ingeniería ha sido y es el factor clave en la reproducción del capital.

Y es justamente el rol central de la ingeniería en el modo de producción capitalista lo que explica que desde la matriz ideológica los profesionales de ingeniería sean producidos ideológicamente neutros y casi asimilados a un elemento instrumental. A pesar de ser el factor clave o, mejor dicho, por serlo, resultan secundarizados en su rol profesional. Algo fácil de notar en la creciente proletarización de los niveles ejecutivos de la empresa y la externalización de los servicios de ingeniería.

De manera todavía más profunda, en la misma línea de producción de conciencia masiva, la ingeniería se plantea como un saber técnico o tecnológico, y a estos saberes como meros procedimientos y habilidades conductivas sin consecuencias en la dirección política de la sociedad. Sin embargo, ya sabemos que es el modo de producción el que, en última instancia, determina a las instituciones sociales de la superestructura (estado, familia, etc.) como su reflejo impostor a su servicio, por lo cual, la ingeniería al ser el conocimiento responsable de la configuración del modo de producción, es indirectamente responsable de las estructuras institucionales de la sociedad.

La ingeniería y los saberes tecnológicos (verdaderos motores del modo de producción capitalista) resultan producidos ideológicamente como todo lo contrario a lo que son: meros instrumentos imposibilitados de fijarse y cuestionar fines. Aunque los hacen posible.

En esto consiste la astucia de la ideología. Los ingenieros esencialmente toman decisiones gerenciales y dirigenciales con consecuencias sociales de gran impacto y profundidad, pero el sistema formativo técnico y tecnológico, estructurado de hecho desde la identidad profesional, hace que se concentren exclusivamente en procedimientos, algoritmos o dispositivos solapando las consecuencias reales de sus acciones. Es decir que la dirección, objetivos y el sentido de sus actos serán puestos por otros.

Quebrar el ejercicio profesional irreflexivo y sobre todo romper con la inercia acrítica con la que entran nuestros alumnos es el gran desafío, si queremos que esas verdaderas fuerzas revolucionarias y productivas que supone el conocimiento de la ingeniería, tengan compromiso con sus efectos y se pongan al servicio de todos y no sólo del capital.

(*) Secretario de Cultura y Extensión de la UTN-FRTDF

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