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miércoles, 18 de marzo de 2020

Efemérides 18 de Marzo

1892 nace el poeta Cesar Vallejo
Un día como hoy pero.. En 1858 nace Rudolf Diesel, ingeniero inventor de los motores de gasoil. En 1892 nace en Peru el Poeta César Vallejo. En 1930 se descubre el planeta Plutón. En 1937 nace el Derechoso Neoliberal explotador de Mujeres Gerardo Sofovich. En 1938 el Presidente mexicano Lázaro Cárdenas nacionaliza la industria del petróleo. En 1948 Perón nacionaliza los teléfonos. En 1962 el compañero Andrés Framini gana elecciones en la Provincia de Buenos Aires. El día 21, el gobierno de Arturo Frondizi anula la elección. En 1996 muere Niní Marshall.
CÉSAR VALLEJO:


César Vallejo nació en Santiago de Chuco, Perú, en 1892. En 1918 publica su primer libro de poemas: Los heraldos negros. En 1920 es acusado injustamente y encarcelado durante 112 días. En 1922 publica Trilce; un año después, publica algunas prosas y viaja a París.

En 1928 viaja a la Unión Soviética y a su regreso a París rompe con el APRA. En 1929 regresa a la Unión Soviética y un año después viaja a España. Regresa a París pero es expulsado por razones políticas; se translada entonces a España de nuevo.

En 1931 publica su novela Tugsteno. Viaja de nuevo a la Unión Soviética y se inscribe en el Partido Comunista de España. En 1932 regresa a París y vive en la ilegalidad. En 1937 asiste al Congreso de Escritores Antifascistas en Madrid.

Murió en Paris, un día del cual tenía ya el recuerdo, en 1938. En 1939 se editan, de manera póstuma, los Poemas humanos.


Los heraldos negros

LOS HERALDOS NEGROS

LOS NUEVE MONSTRUOS

PIEDRA NEGRA SOBRE UNA PIEDRA BLANCA

MASA

¡CUÍDATE, ESPAÑA, DE TU PROPIA ESPAÑA!…

ESPAÑA, APARTA DE MÍ ESTE CÁLIZ


LOS HERALDOS NEGROS

Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!

Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,

la resaca de todo lo sufrido

se empozara en el alma… Yo no sé!



Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras

en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.

Serán talvez los potros de bárbaros atilas;

o los heraldos negros que nos manda la Muerte.



Son las caídas hondas de los Cristos del alma,

de alguna fe adorable que el Destino blasfema.

Esos golpes sangrientos son las crepitaciones

de algún pan que en la puerta del horno se nos quema



Y el hombre… Pobre… pobre! Vuelve los ojos, como

cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;

vuelve los ojos locos, y todo lo vivido

se empoza, como charco de culpa, en la mirada.



Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!





LOS NUEVE MONSTRUOS


I, desgraciadamente,

el dolor crece en el mundo a cada rato,

crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,

y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces

y la condición del martirio, carnívora voraz,

es el dolor dos veces

y la función de la yerba purísima, el dolor

dos veces

y el bien de sér, dolernos doblemente.



Jamás, hombres humanos,

hubo tánto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera,

en el vaso, en la carnicería, en la arimética!

Jamás tánto cariño doloroso,

jamás tan cerca arremetió lo lejos,

jamás el fuego nunca

jugó mejor su rol de frío muerto!

Jamás, señor ministro de salud, fue la salud

más mortal

y la migraña extrajo tánta frente de la frente!

Y el mueble tuvo en su cajón, dolor,

el corazón, en su cajón, dolor,

la lagartija, en su cajón, dolor.



Crece la desdicha, hermanos hombres,

más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece

con la res de Rousseau, con nuestras barbas;

crece el mal por razones que ignoramos

y es una inundación con propios líquidos,

con propio barro y propia nube sólida!

Invierte el sufrimiento posiciones, da función

en que el humor acuoso es vertical

al pavimento,

el ojo es visto y esta oreja oída,

y esta oreja da nueve campanadas a la hora

del rayo, y nueve carcajadas

a la hora del trigo, y nueve sones hembras

a la hora del llanto, y nueve cánticos

a la hora del hambre y nueve truenos

y nueve látigos, menos un grito.



El dolor nos agarra, hermanos hombres,

por detrás de perfíl,

y nos aloca en los cinemas,

nos clava en los gramófonos,

nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente

a nuestros boletos, a nuestras cartas;

y es muy grave sufrir, puede uno orar…

Pues de resultas

del dolor, hay algunos

que nacen, otros crecen, otros mueren,

y otros que nacen y no mueren, otros

que sin haber nacido, mueren, y otros

que no nacen ni mueren (son los más)

Y también de resultas

del sufrimiento, estoy triste

hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo,

de ver al pan, crucificado, al nabo,

ensangrentado,

llorando, a la cebolla,

al cereal, en general, harina,

a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo,

al vino, un ecce-homo,

tan pálida a la nieve, al sol tan ardio!

¡Cómo, hermanos humanos,

no deciros que ya no puedo y

ya no puedo con tánto cajón,

tánto minuto, tánta

lagartija y tánta

inversión, tanto lejos y tánta sed de sed!

Señor Ministro de Salud; ¿qué hacer?

!Ah! desgraciadamente, hombres humanos,

hay, hermanos, muchísimo que hacer.



PIEDRA NEGRA SOBRE UNA PIEDRA BLANCA


Me moriré en París con aguacero,

un día del cual tengo ya el recuerdo.

Me moriré en París -y no me corro-

talvez un jueves, como es hoy de otoño.



Jueves será, porque hoy, jueves, que proso

estos versos, los húmeros me he puesto

a la mala y,

jamas como hoy, me he vuelto,

con todo mi camino, a verme solo.



César Vallejo ha muerto, le pegaban

todos sin que él les haga nada;

le daban duro con un palo y duro



también con una soga; son testigos

los días jueves y los huesos húmeros,

la soledad, la lluvia, los caminos…





XXI

MASA


Masa

Al fin de la batalla,

y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre

y le dijo: «No mueras, te amo tanto!»

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.



Se le acercaron dos y repitiéronle:

«No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.



Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,

clamando: «Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!»

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.



Le rodearon millones de individuos,

con un ruego común: «¡Quédate hermano!»

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.



Entonces, todos los hombres de la tierra

le rodearon; les vió el cadáver triste, emocionado;

incorporóse lentamente,

abrazó al primer hombre; echóse a andar…



10 de noviembre de 1937



XIV

¡CUÍDATE, ESPAÑA, DE TU PROPIA ESPAÑA!


¡Cuídate de la hoz sin el martillo,

cuídate del martillo sin la hoz!

¡Cuídate de la víctima apesar suyo,

del verdugo apesar suyo

y del indiferente apesar suyo!

¡Cuídate del que, antes de que cante el gallo,

negárate tres veces,

y del que te negó, después, tres veces!

¡Cuídate de las calaveras sin las tibias,

y de las tibias sin las calaberas!

¡Cuídate de los nuevos poderosos!

¡Cuídate del que come tus cadáveres,

del que devora muertos a tus vivos!

¡Cuídate del leal ciento por ciento!

¡Cuídate del cielo más acá del aire

y cuídate del aire más allá del cielo!

¡Cuídate de los que te aman!

¡Cuídate de tus héroes!

¡Cuídate de tus muertos!

¡Cuídate de la República!

¡Cuídate del futuro!…



XV

ESPAÑA, APARTA DE MÍ ESTE CÁLIZ


Niños del mundo,

si cae España -digo, es un decir-

si cae

del cielo abajo su antebrazo que asen,

en cabestro, dos láminas terrestres;

niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas!

¡qué temprano en el sol lo que os decía!

¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano!

¡qué viejo vuestro 2 en el cuaderno!



¡Niños del mundo, está

la madre España con su vientre a cuestas;

está nuestra maestra con sus férulas,

está madre y maestra,

cruz y madera, porque os dio la altura,

vértigo y división y suma, niños;

está con ella, padres procesales!



Si cae -digo, es un decir- si cae

España, de la tierra para abajo,

niños, ¡cómo vais a cesar de crecer!

¡cómo va a castigar el año al mes!

¡cómo van a quedarse en diez los dientes,

en palote el diptóngo, la medalla en llanto!

¡Cómo va el corderillo a continuar

atado por la pata al gran tintero!

¡Cómo vais a bajar las gradas del alfabeto

hasta la letra en que nació la pena!



Niños,

hijos de los guerreros, entretanto,

bajad la voz, que España está ahora mismo repartiendo

la energía entre el reino animal,

las florecillas, los cometas y los hombres.

¡Bajad la voz, que está

con su rigor, que es grande, sin saber

qué hacer, y está en su mano

la calavera hablando y habla y habla,

la calavera, aquella de la trenza,

la calavera, aquella de la vida!



¡Bajad la voz, os digo;

bajad la voz, el canto de las sílabas, el llando

de la materia y el rumor menor de las pirámides, y aun

el de las sienes que andan con dos piedras!

¡Bajad el aliento, y si

el antebrazo baja,

si las férulas suenan, si es la noche,

si el cielo cabe en dos limbos terrestres,

si hay ruido en el sonido de las puertas,

si tardo,

si no veis a nadie, si os asustan

los lápices sin punta; si la madre

España cae -digo, es un decir-

salid, niños del mundo; id a buscarla!…



Tomado de: César Vallejo, Obra poética completa, Casa de las Américas, La Habana, 1975.

CÉSAR VALLEJO, LOS HERALDOS NEGROS


El primer libro de César Vallejo, Los Heraldos Negros, es el orto de una nueva poesía en el Perú. No exagera, por fraterna exaltación, Antenor Orrego, cuando afirma que "a partir de este sembrador se inicia una nueva época de la libertad, de la autonomía poética, de la vernácula articulación verbal"33.

Vallejo es el poeta de una estirpe, de una raza. En Vallejo se encuentra, por primera vez en nuestra literatura, sentimiento indígena virginalmente expresado. Melgar -signo larvado, frustrado- en sus yaravíes es aún un prisionero de la técnica clásica, un gregario de la retórica española. Vallejo, en cambio, logra en su poesía un estilo nuevo.

El sentimiento indígena tiene en sus versos una modulación propia. Su canto es íntegramente suyo.

Al poeta no le basta traer un mensaje nuevo. Necesita traer una técnica y un lenguaje nuevos también. Su arte no tolera el equívoco y artificial dualismo de la esencia y la forma. "La derogación del viejo andamiaje retórico -remarca certeramente Orrego- no era un capricho o arbitrariedad del poeta, era una necesidad vital.

Cuando se comienza a comprender la obra de Vallejo, se comienza a comprender también la necesidad de una técnica renovada y distinta"34.

El sentimiento indígena es en Melgar algo que se vislumbra sólo en el fondo de sus versos; en Vallejo es algo que se ve aflorar plenamente al verso mismo cambiando su estructura.

En Melgar no es sino el acento; en Vallejo es el verbo.

En Melgar, en fin, no es sino queja erótica; en Vallejo es empresa metafísica. Vallejo es un creador absoluto.

Los Heraldos Negros podía haber sido su obra única. No por eso Vallejo habría dejado de inaugurar en el proceso de nuestra literatura una nueva época.

En estos versos del pórtico de Los Heraldos Negros principia acaso la poesía peruana (Peruana, en el sentido de indígena).





Hay golpes en la vida, tan fuertes Yo no sé!

Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,

la resaca de todo lo sufrido

se empozara en el alma Yo no sé!



Son pocos; pero son ... Abren zanjas oscuras

en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.

Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;

o los heraldos negros que nos manda la Muerte.



Son las caídas hondas de los Cristos del alma,

de alguna fe adorable que el Destino blasfema.

Esos golpes sangrientos son las crepitaciones

de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.



Y el hombre...Pobre ...pobre!Vuelve los ojos, como

cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;

vuelve los ojos locos, y todo lo vivido

se empoza, como charco de culpa, en la mirada.



Hay golpes en la vida, tan fuertes ...Yo no sé!



Clasificado dentro de la literatura mundial, este libro, Los Heraldos Negros, pertenece parcialmente, por su título verbigracia, al ciclo simbolista. Pero el simbolismo es de todos los tiempos.



El simbolismo, de otro lado, se presta mejor que ningún otro estilo a la interpretación del espíritu indígena. El indio, por animista y por bucólico, tiende a expresarse en símbolos e imágenes antropomórficas o campesinas. Vallejo además no es sino en parte simbolista.



Se encuentra en su poesía -sobre todo de la primera manera- elementos de simbolismo, tal como se encuentra elementos de expresionismo, de dadaísmo y de suprarrealismo.



El valor sustantivo de Vallejo es el de creador.



Su técnica está en continua elaboración. El procedimiento, en su arte, corresponde a un estado de ánimo. Cuando Vallejo en sus comienzos toma en préstamo, por ejemplo, su método a Herrera y Reissig, lo adapta a su personal lirismo.



Mas lo fundamental, lo característico en su arte es la nota india. Hay en Vallejo un americanismo genuino y esencial; no un americanismo descriptivo o localista. Vallejo no recurre al folclore. La palabra quechua, el giro vernáculo no se injertan artificiosamente en su lenguaje; son en él producto espontáneo, célula propia, elemento orgánico. Se podría decir que Vallejo no elige sus vocablos.



Su autoctonismo no es deliberado.



Vallejo no se hunde en la tradición, no se interna en la historia, para extraer de su oscuro substratum perdidas emociones. Su poesía y su lenguaje emanan de su carne y su ánima. Su mensaje está en él. El sentimiento indígena obra en su arte quizá sin que él lo sepa ni lo quiera.



Uno de los rasgos más netos y claros del indigenismo de Vallejo me parece su frecuente actitud de nostalgia. Valcárcel, a quien debemos tal vez la más cabal interpretación del alma autóctona, dice que la tristeza del indio no es sino nostalgia. Y bien, Vallejo es acendradamente nostálgico. Tiene la ternura de la evocación. Pero la evocación en Vallejo es siempre subjetiva.



No se debe confundir su nostalgia concebida con tanta pureza lírica con la nostalgia literaria de los pasadistas. Vallejo es nostalgioso, pero no meramente retrospectivo.



No añora el Imperio como el pasadismo perricholesco añora el Virreinato. Su nostalgia es una protesta sentimental o una protesta metafísica.



Nostalgia de exilio; nostalgia de ausencia.



Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita

de junco y capulí;

ahora que me asfixia Bizancio y que dormita

la sangre como flojo cognac dentro de mí.

("Idilio Muerto", Los Heraldos Negros)



Hermano, hoy estoy en el poyo de la casa,

donde nos haces una falta sin fondo!

Me acuerdo que jugábamos esta hora, y que mamá

nos acariciaba: "Pero hijos..."

("A mi hermano Miguel", Los Heraldos Negros)



He almorzado solo ahora, y no he tenido

madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua,

ni padre que en el facundo ofertorio

de los choclos, pregunte para su tardanza

de imagen, por los broches mayores del sonido.

(XXVIII, Trilce)



Se acabó el extraño, con quien, tarde

la noche, regresabas parla y parla.

Ya no habrá quien me aguarde,

dispuesto mi lugar, bueno lo malo.



Se acabó la calurosa tarde;

tu gran bahía y tu clamor; la charla

con tu madre acabada

que nos brindaba un té lleno de tarde.



(XXXIV, Trilce)



Otras veces Vallejo presiente o predice la nostalgia que vendrá:



Ausente! La mañana en que a la playa

del mar de sombra y del callado imperio,

como un pájaro lúgubre me vaya,

será el blanco panteón tu cautiverio.

("Ausente", Los Heraldos Negros)



Verano, ya me voy. Y me dan pena

las manitas sumisas de tus tardes.

Llegas devotamente; llegas viejo;

y ya no encontrarás en mi alma a nadie.



("Verano", Los Heraldos Negros)



Vallejo interpreta a la raza en un instante en que todas sus nostalgias, punzadas por un dolor de tres siglos, se exacerban. Pero -y en esto se identifica también un rasgo del alma india-, sus recuerdos están llenos de esa dulzura de maíz tierno que Vallejo gusta melancólicamente cuando nos habla del "facundo ofertorio de los choclos".



Vallejo tiene en su poesía el pesimismo del indio. Su hesitación, su pregunta, su inquietud, se resuelven escépticamente en un "¡para qué!"



En este pesimismo se encuentra siempre un fondo de piedad humana. No hay en él nada de satánico ni de morboso.



Es el pesimismo de un ánima que sufre y expía "la pena de los hombres" como dice Pierre Hamp.



Carece este pesimismo de todo origen literario.



No traduce una romántica desesperanza de adolescente turbado por la voz de Leopardi o de Schopenhauer. Resume la experiencia filosófica, condensa la actitud espiritual de una raza, de un pueblo. No se le busque parentesco ni afinidad con el nihilismo o el escepticismo intelectualista de Occidente.



El pesimismo de Vallejo, como el pesimismo del indio, no es un concepto sino un sentimiento. Tiene una vaga trama de fatalismo oriental que lo aproxima, más bien, al pesimismo cristiano y místico de los eslavos.



Pero no se confunde nunca con esa neurastenia angustiada que conduce al suicidio a los lunáticos personajes de Andreiev y Arzibachev. Se podría decir que así como no es un concepto, tampoco es una neurosis.



Este pesimismo se presenta lleno de ternura y caridad. Y es que no lo engendra un egocentrismo, un narcisismo, desencantados y exasperados, como en casi todos los casos del ciclo romántico.



Vallejo siente todo el dolor humano. Su pena no es personal.



Su alma "está triste hasta la muerte" de la tristeza de todos los hombres. Y de la tristeza de Dios. Porque para el poeta no sólo existe la pena de los hombres. En estos versos nos habla de la pena de Dios:



Siento a Dios que camina tan en mí,

con la tarde y con el mar.

Con él nos vamos juntos. Anochece.

Con él anochecemos, Orfandad...



Pero yo siento a Dios. Y hasta parece

que él me dicta no sé qué buen color.

Como un hospitalario, es bueno y triste;

mustia un dulce desdén de enamorado:

debe dolerle mucho el corazón.



Oh, Dios mío, recién a ti me llego,

hoy que amo tanto en esta tarde; hoy

que en la falsa balanza de unos senos,

mido y lloro una frágil Creación.



Y tú, cuál llorarás tú, enamorado

de tanto enorme seno girador

Yo te consagro Dios, porque amas tanto;

porque jamás sonríes; porque siempre



debe dolerte mucho el corazón.



Otros versos de Vallejo niegan esta intuición de la divinidad. En "Los Dados Eternos" el poeta se dirige a Dios con amargura rencorosa. "Tú que estuviste siempre bien, no sientes nada de tu creación".



Pero el verdadero sentimiento del poeta, hecho siempre de piedad y de amor, no es éste. Cuando su lirismo, exento de toda coerción racionalista, fluye libre y generosamente, se expresa en versos como éstos, los primeros que hace diez años me revelaron el genio de Vallejo:



El suertero que grita "La de a mil",

contiene no sé qué fondo de Dios.



Pasan todos los labios. El hastío

despunta en una arruga su yanó.

Pasa el suertero que atesora, acaso

nominal, como Dios,

entre panes tantálicos, humana

impotencia de amor.



Yo le miro al andrajo. Y él pudiera

darnos el corazón;

pero la suerte aquella que en sus manos

aporta, pregonando en alta voz,

como un pájaro cruel, irá a parar

adonde no lo sabe ni lo quiere

este bohemio Dios.



Y digo en este viernes tibio que anda

a cuestas bajo el sol:

¡por qué se habrá vestido de suertero



la voluntad de Dios!



"El poeta -escribe Orrego- habla individualmente, particulariza el lenguaje, pero piensa, siente y ama universalmente". Este gran lírico, este gran subjetivo, se comporta como un intérprete del universo, de la humanidad. Nada recuerda en su poesía la queja egolátrica y narcisista del romanticismo.



El romanticismo del siglo XIX fue esencialmente individualista; el romanticismo del novecientos es, en cambio, espontánea y lógicamente socialista, unanimista. Vallejo, desde este punto de vista, no sólo pertenece a su raza, pertenece también a su siglo, a su evo35.



Es tanta su piedad humana que a veces se siente responsable de una parte del dolor de los hombres. Y entonces se acusa a S mismo. Lo asalta el temor, la congoja de estar también él, robando a los demás:



Todos mis huesos son ajenos;

yo tal vez los robé!

Yo vine a darme lo que acaso estuvo

asignado para otro;

y pienso que, si no hubiera nacido,

otro pobre tomara este café!

Yo soy un mal ladrón... A dónde iré!



Y en esta hora fría, en que la tierra

trasciende a polvo humano y es tan triste,

quisiera yo tocar todas las puertas,

y suplicar a no sé quién, perdón,

y hacerle pedacitos de pan fresco



aquí, en el horno de mi corazón ...!



La poesía de Los Heraldos Negros es así siempre. El alma de Vallejo se da entera al sufrimiento de los pobres.



Arriero, vas fabulosamente vidriado de sudor.

La Hacienda Menocucho



cobra mil sinsabores diarios por la vida.



Este arte señala el nacimiento de una nueva sensibilidad. Es un arte nuevo, un arte rebelde, que rompe con la tradición cortesana de una literatura de bufones y lacayos.



Este lenguaje es el de un poeta y un hombre.



El gran poeta de Los Heraldos Negros y de Trilce -ese gran poeta que ha pasado ignorado y desconocido por las calles de Lima tan propicias y rendidas a los laureles de los juglares de feria- se presenta, en su arte, como un precursor del nuevo espíritu, de la nueva conciencia.



Vallejo, en su poesía, es siempre un alma ávida de infinito, sedienta de verdad. La creación en él es, al mismo tiempo, inefablemente dolorosa y exultante. Este artista no aspira sino a expresarse pura e inocentemente.



Se despoja, por eso, de todo ornamento retórico, se desviste de toda vanidad literaria. Llega a la más austera, a la más humilde, a la más orgullosa sencillez en la forma.



Es un místico de la pobreza que se descalza para que sus pies conozcan desnudos la dureza y la crueldad de su camino. He aquí lo que escribe a Antenor Orrego después de haber publicado Trilce: "El libro ha nacido en el mayor vacío. Soy responsable de él. Asumo toda la responsabilidad de su estética. Hoy, y más que nunca quizás, siento gravitar sobre mí, una hasta ahora desconocida obligación sacratísima, de hombre y de artista: ¡la de ser libre! Si no he de ser hoy libre, no lo seré jamás. Siento que gana el arco de mi frente su más imperativa fuerza de heroicidad. Me doy en la forma más libre que puedo y ésta es mi mayor cosecha artística. ¡Dios sabe hasta dónde es cierta y verdadera mi libertad! ¡Dios sabe cuánto he sufrido para que el ritmo no traspasara esa libertad y cayera en libertinaje! ¡Dios sabe hasta qué bordes espeluznantes me he asomado, colmado de miedo, temeroso de que todo se vaya a morir a fondo para que mi pobre ánima viva!"



Este es inconfundiblemente el acento de un verdadero creador, de un auténtico artista. La confesión de su sufrimiento es la mejor prueba de su grandeza.



Referencias



33. Antenor Orrego, Panoramas, ensayo sobre César Vallejo.

34. Orrego, ob. citada.

35. Jorge Basadre juzga que en Trilce, Vallejo emplea una nueva técnica, pero que sus motivos continúan siendo románticos. Pero la más alquitarada "nueva poesía", en la medida en que extrema su subjetivismo, también es romántica, como observo a propósito de Hidalgo. En Vallejo, hay ciertamente mucho de viejo romanticismo y decadentismo hasta Trilce, pero el mérito de su poesía se valora por los grados en que supera y trasciende esos residuos. Además, convendría entenderse previamente sobre el término romanticismo.



Tomado de:José Carlos Mariátegui, 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana© 1996, Empresa Editora Amauta S.A., Lima, Perú.César Vallejo



MARIATEGUI



José Carlos Mariátegui nació en Moquegua, Perú, el 16 de julio de 1894.

A partir de 1914 trabajó como redactor en el periódico La Prensa y colaboró en otros más.

Cultivó varios géneros literarios y en 1919 creó el diario La Razón desde donde apoyo la Reforma Universitaria y las luchas obreras.

Viajó por Europa gracias a una beca y regresó a Perú en marzo de 1923. Colaboró en diversos diarios y ejerció como profesor en la Universidad Popular González Prada.

En 1924, debido a una antigua lesión, le fue amputada una pierna.

Fundó la revista Amauta en 1926 y sufrió cárceles y prisión domiciliaria en 1927 durante el proceso contra los comunistas.

En 1928 rompió con el APRA, fundó el Partido Socialista, la revista proletaria Labor y publicó sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana.

Un año más tarde, fundó la Confederación de Trabajadores de Perú.

Murió en Lima el 16 de abril de 1930.

Fuente: Nacional y Popular

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