Columna de Seleme contra el "Super sin Colas" y el "Monedero" de La Anónima | Portal La TDF

Columna de Seleme contra el "Super sin Colas" y el "Monedero" de La Anónima

Por Fabio Seleme (*): En Tierra Del Fuego, yendo a La Anónima se puede aprender, en carne propia y a pequeña escala, algo de biopolítica. Ciertamente, a esta empresa, vinculada desde sus orígenes a los máximos terratenientes de nuestra isla, nunca le fue ajena la administración de la vida. De hecho, extinguieron la de los selk´nam e hicieron prosperar la de los ovinos.
El caso es que hoy, ni bien uno entra al supermercado, se experimentan ciertas coerciones sutiles de un poder pastoral que excede la arbitrariedad de los precios. Las exigencias primero sublevan pero finalmente uno sucumbe a la demanda de unos adiestramientos que comienzan con el dispositivo conocido como “Carrito con monedero” y continúan luego con el artilugio nominado “Súper sin colas”.
En el primer caso, el “monedero” del “carrito” es un pequeño instrumento técnico disciplinar destinado a subyugar y controlar la naturaleza desidiosa y desordenada del fueguino promedio, que al finalizar las compras dejaba desaprensivamente los carritos tirados en cualquier parte del estacionamiento o la calle.

Para evitar el costo de ordenarlos o perderlos a manos de quienes se los llevaban a sus casas con todos fines “contra natura”, la empresa decidió invertir el problema y los “carritos” pasaron a estar atados unos a otros mediante cadenas insertas en un “monedero” plástico adosado al manillar.

Ahora el problema lo tiene el cliente, porque para liberarlos hay que poner una moneda de un peso que al activar el mecanismo suelta la cadena del carrito. A cambio, queda atrapada la moneda y si uno quiere recuperar la caución debe, al terminar el trámite de compra, devolver el carrito a su lugar de almacenamiento para que, al insertar la cadena de otro carrito, se abra el monedero.

El resultado observable es fascinante: luego de entregarle cientos y miles de pesos al supermercado en la caja, los otrora desordenados fueguinos, caminamos y atravesamos obedientemente todo el estacionamiento con el carrito vacío para ordenarlo y no perder una insignificante moneda de un peso.

El “Súper sin colas”, por su parte, es un dispositivo de vigilancia tecnológicamente más sofisticado que tiene un carácter preventivo y la intencionalidad de que el tiempo de compra se convierta en tiempo de trabajo, si es que ya no lo era suficientemente. Cuando uno ingresa al supermercado, hay unos pequeños aparatos denominados "llamadores" que se deben retirar. En las distintas pantallas distribuidas en el local se indica permanentemente el tiempo de espera que hay en las cajas. Es así entonces que, cuando el tiempo que uno estima tardar en terminar la compra es el mismo al de la demora de la caja, debe escanear el llamador y solicitar su turno. Luego, automáticamente cuando finalmente el tiempo de espera se cumple y una de las cajas del sistema se libera, el llamador comienza a vibrar y a prender luces mientras que en el aparato aparece el número de la caja a la que hay que dirigirse.

La disciplina aquí se expresa en una práctica que posibilita el control minucioso de los cuerpos para que lleguen a la caja justo a tiempo. Dóciles y útiles los cuerpos, como manda la “cultura lean”, no se amontonan. Modulan su actividad aprovechando hasta el último instante con todas las fuerzas involucradas organizadas desde la génesis del proceso, sin sobrantes.

Para que esto funcione el cliente debe producir un saber sobre sí mismo: el saber sobre el propio ritmo de compra que permite encauzar el comportamiento. Así La Anónima, cual nuevo Delfos, nos plantea un “conócete a ti mismo” a la medida de la sincronización entre la compra y el pago que permita aumentar la productividad del cajero pero sobre todo del cliente, en un ejercicio de coincidencia fehaciente y casi mística entre la demanda y la oferta de cajas.

Uno puede pensar que se trata de una tontería y estupidez en masa ceder a estas extorsiones que no incluyen realmente violencia, intimidación, premio ni rehén. Pero no, el “Carrito con monedero” y el “Súper sin colas” son cosas más serias de lo que podemos pensar. Además de ser dispositivos destinados a ordenar cuerpos, son ordenadores ideológicos.

Es obvio que cualquier fueguino, víctima de los márgenes de ganancia de La Anónima sabe que es una soberana tontería ordenar un carrito para no perder un miserable peso. Tampoco tiene ningún motivo para comprometerse, a partir del autoconocimiento, con la eficiencia del trabajo de las cajas. Pero sucede que el verdadero ejercicio de fondo consiste justamente en que se adhiera a una práctica en la que no se cree y consentir, sin convicción, a la expectativa tácita de orden que sobre mí pone la empresa para dejarme ser su cliente. En gran medida la cohesión de nuestras sociedades se encuentra fundada en este tipo de profesiones de fe vacías. Y es justamente ese ejercicio social de convalidación virtual lo más fatal de todo.

Lo peor de la alienación, como marca Baudrillard, no consiste en ser despojado por el otro (esto es lo que sucede en las cajas cuando abonamos la compra) sino en ser “despojado del otro”, porque entonces uno debe producirlo en su ausencia dentro de uno mismo. Esto último es lo que sucede cuando ordeno el carro sin ninguna vigilancia y por una moneda sin valor o cuando me voy monitoreando para pedir el turno a tiempo: yo me obligo al deber supuesto de la eficiencia en la simple presencia del dispositivo.

Con la alteridad vuelta un espectro, paradójicamente, nos volvemos más proclives a consentir cualquier requisito de desempeño, en este caso los que nos pone el supermercado, como un reflejo que busca hacernos parte de la única exterioridad que parece ir quedando como caricatura de la comunidad: la de los sistemas.

(*) Secretario de Cultura y Extensión de la UTN

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