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El regreso de los vivos muertos

Por Gabriel Ramonet

La primera pregunta que uno se hace es ¿por qué vuelven?
No por qué en el sentido de sus propias ambiciones o aspiraciones personales, sino por qué desde el punto de vista de las causas del fenómeno, de su necesaria explicación por algún método racional. O todo lo racional que la política permita.
Durante mucho tiempo me gustó creer que la respuesta era de tipo moral. Vuelven porque no tienen límites. Porque no registran el “daño causado”. Porque entienden a la política como un negocio multimillonario, y a la gente como el mercado que se reorganiza cada tanto, siempre dispuesto a la aceptación de nuevas ofertas, aunque sean viejas y gastadas.
Vuelven por más. Por la renovación de los negociados, por el mejoramiento de los métodos espurios, por la demostración de que es la única forma.

Un corrupto, casi nunca lo es de manera confesa, ni siquiera en la intimidad de su casa o enfrentado a la contundencia de un plexo probatorio judicial.
Los dirigentes que han sumido a la provincia (porque ese el límite geográfico de mi análisis) en una especie de orgía de intereses mezquinos, ni siquiera suelen estar dispuestos a admitir su participación consciente en cualquiera de esos procesos.
Si obraron desguazando a las instituciones democráticas, produciendo ajustes salvajes, reprimiendo y acomodando el poder público a su antojo, siempre fue por un motivo que así lo autorizaba.
La autojustificación del corrupto no permite reconocer ni siquiera la autoría intelectual de un fraude aún cuando haya tenido el único fin de enriquecerse tanto el autor como un grupo de sus secuaces.
Si se roba es, o porque todos lo hacen y no se puede ir contra las reglas establecidas, o porque es la única forma posible de hacer las cosas con éxito, o porque si no lo harán otros, o porque al fin y al cabo ellos se merecen la recompensa (que bien se la han ganado con trabajo y sacrificio) o porque era el daño menor al lado de otras opciones menos ventajosas.
Es decir que ningún (o casi ningún) corrupto admite actuar por obra y gracia de un convencimiento liso y llano, simplemente para saciar un interés económico y personal por cualquier camino que se le presente.
Y, pensaba yo, por éso vuelven. A terminar con un trabajo que ni siquiera les produce culpa.
Pero no. Es evidente que estaba equivocado. Todo ese análisis es válido únicamente en el vacío, y se aleja de la realidad a medida que nos adentramos en las profundidades del mundo más complejo.
Por eso la pregunta interesante no es por qué vuelven, sino cómo es posible que vuelvan.
Y vuelven porque vivimos en una sociedad donde el ciudadano promedio se les parece bastante. Donde las paredes de los hoteles construidos con capital dudoso, lejos de producir indignación o asco, generan una especie de admiración reprimida, de “qué bien que la hizo” de “quién pudiera, alguna vez”.
Y vuelven porque les cedemos de a poco los privilegios de la vida diaria: los saludamos como mártires, compramos en sus negocios, compartimos cenas y bailes, y un día, cuando menos lo pensamos, ya han regresado, una vez más.
Y vuelven porque el dedo tembloroso de la Justicia nunca se anima a apuntarlos, por las dudas, por los favores recibidos, o por falta de pruebas.
Y vuelven porque el Gobierno, que ahora se escandaliza de estos regresos como si viera a Satanás entre bambalinas, no pudo, no supo o no quiso producir las transformaciones que hacían falta para exponer a estos dinosaurios al escarnio público por la fuerza de los hechos.
¿O qué creen los funcionarios impolutos que descargan sus cebitas por Twitter?, ¿que los fantasmas hubieran asomado sus figuras si se hubiera cambiado en serio la forma de hacer política en la Isla?, ¿que los zombies hubieran podido seguir caminando si se plasmaba de una buena y santa vez la reforma política, la modificación del sistema de selección de jueces, la participación de la gente en consultas populares o el recorte efectivo de la planta política del Estado?
Los funcionarios actuales que se espantan de los espectros vivientes son cómplices por omisión de estos regresos mortuorios. Son la clave de su resurrección. Así que en lugar de ponerse pálidos de falso estupor, deberían ponerse rojos de vergüenza verdadera.
Y vuelven los “vivos” muertos”, para qué negarlo, por culpa de nosotros, los periodistas, tan proclives a las entrevistas sin pasado, a las preguntas sobre propuestas y a los silencios sobre el archivo. A nosotros también nos tientan más los intereses personales o sectoriales que el rol social que nos compete por la pura definición del oficio.
Por eso revolotean una vez más por nuestra realidad estos espíritus casi sin rostro, que como dráculas vernáculos despiertan en la noche previa a cada proceso electoral.
Porque son los “vivos” de siempre, los que políticamente no mueren nunca. Los que muchos se empeñan en dar por muertos una y otra vez, sin darse cuenta, que gozan de buena salud, sobre todo antes de cada nueva elección.

Fuente: Diario del Fin del Mundo

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