1898 nace en la ciudad de Corrientes, Raúl Scalabrini Ortiz |
Un día como hoy pero.. En 1820 muere el médico Cosme Mariano Argerich. Asistió a heridos de ambos bandos en las Invasiones Inglesas, fue gratuitamente médico de la cárcel y elaboró los planes del Instituto Médico Militar. Nació en Buenos Aires el 26 de septiembre de 1758. Un hospital de esta ciudad lleva su nombre.En 1861 nace Angel Villoldo, pionero del tango. En 1876 Alexander Bell patenta el teléfono. En 1898 nace en la ciudad de Corrientes Raúl Scalabrini Ortiz, autor de "El hombre que está solo y espera" (tipología del porteño), "Historia de los ferrocarriles argentinos", "Política británica", etc.. Defendió la nacionalización de los ferrocarriles como factor de soberanía. Falleció en Buenos Aires el 30 de mayo de 1959. En 1920 fallece en Buenos Aires el ingeniero Otto Krause, pionero de la enseñanza técnica en la Argentina. Nació el 10 de julio de 1856 en Chivilcoy (provincia de Buenos Aires). En 1931 Inicia sus actividades “El Teatro del Pueblo”, dirigido por Leonidas Barletta (Primer teatro independiente argentino). En 1955 nace el Actor Guillermo Francella. En 2021 fallece Carlos Saúl Menem. Menem fue Gobernador de La Rioja entre 1973 y 1976 (interrumpido y encarcelado por la Dictadura), luego con el retorno de la Democracia volvió a ser Gobernador de La Rioja entre 1983 y 1989. En 1989 llega a la Presidencia de la Nación con el 47,49% (7.953.301 de Votos), cargo por el cual fue reelecto en 1995 con el 49,94% (8.687.319 de Votos). En 2003 obtiene el 24,45% (4.740.907 de Votos) y abandona el Balotaje. Desde 2005 fue Senador Nacional por la Provincia de La Rioja, obteniendo el 40,42% (59.85 Votos) en 2005, siendo reelecto en 2011 con el 35,42% (56.409 Votos) y en 2017 con el 45,50% (86.518 Votos).
Raúl Scalabrini Ortiz, Frase célebre:
"Los asuntos económicos son tan simples que están al alcance de un niño, sólo requieren saber sumar o restar.. Por ello cuando usted no entienda pregunte hasta que entienda, si no entiende es que están tratando de robarle.."
De los primeros tiempos
Raúl Scalabrini Ortiz nació en la ciudad de Corrientes cuando el siglo XIX tocaba a su fin (14 de febrero de 1898). La Argentina estaba ya convertida en semi colonia británica: los ferrocarriles ingleses, trazados en abanico hacia el puerto de Buenos Aires, sellaban la dependencia. Toros ingleses, frigoríficos anglo-yanquis, comercio de exportación e importación copado por el imperialismo, bancos y servicios públicos de propiedad extranjera, seguros y fletes para “su majestad” e incluso grandes casas de comercio, inglesas, en Buenos Aires, configuraban el panorama de ese vasallaje que la oligarquía pretendió disimular bajo el nombre ostentoso de “granero del mundo”. La división internacional del trabajo se había impuesto entre la potencia industrializada y poderosa, por un lado y el país semicolonial, subyugado y succionado, por el otro. “Argentina, la granja; Inglaterra, el taller” habían dicho los hombres del imperio y ahora, ya estructurada la economía complementaria, de acuerdo con la oligarquía vacuna, crearon una superestructura cultural para colonizar ideológicamente a los argentinos. A falta de ejército de ocupación, el imperio ocupó las mentalidades nativas con libros europeos que impedían la formación de una auténtica conciencia nacional. Así, en ese país vasallo, la trama del coloniaje quedó oculta y los argentinos cantaron el himno y agitaron la bandera sin darse cuenta que vivían en una Argentina socialmente injusta, económicamente explotada y políticamente colonial. Recién más de treinta años después, Raúl Scalabrini Ortiz, descorrería el velo y mostraría la verdad de la opresión.
La adolescencia y la juventud de Scalabrini Ortiz transcurren bajo la presión de esa cultura cipaya predominante. Si la generación anterior (Palacios, Ugarte, Ingenieros) había sido triturada ideológicamente, su generación (Borges, Victoria Ocampo, María Rosa Oliver) doblaba la cerviz sin resistencia alguna y hablaba, reía y amaba en francés o en inglés. Varios factores se conjugan, sin embargo, para que Raúl Scalabrini rompa la trama del pensamiento colonial. Por un lado, su militancia juvenil en un grupo llamado “Insurrexit”, de ideología marxista, le permite descubrir la importancia de los factores económicos y sociales en el desarrollo histórico. Por otro, su permanente deambular por el país (por razones de trabajo viaja a La Pampa, Entre Ríos y Catamarca) lo salvan de encerrarse en una visión porteña y le enseñan cómo viven y cómo sueñan sus compatriotas. A esto se suma un viaje a París, a los veintiséis años, del cual regresa hondamente decepcionado, pues en la “Francia eterna” del “humanitarismo y los derechos del hombre” encuentra un enorme desdén por los latinoamericanos y una antidemocrática xenofobia de “pueblo elegido”. Además, Scalabrini busca auténticamente “su verdad” y no se contenta con la gloriola efímera que satisface a sus colegas de la pluma. En este aspecto, su maestro Macedonio Fernández lo orienta hacia una vida profunda, de altruismo y generosidad, donde lo individual se diluya en aras del beneficio colectivo. “Mis días eran extrañamente ajenos los unos a los otros… Les faltaba sometimiento a una empresa más grande que ellos mismos. Les faltaba subordinación a una fe”.
En esa búsqueda se halla Scalabrini cuando, en octubre de 1929, se desencadena la crisis económica mundial. El capitalismo hace agua por todos lados y millones de hombres son arrojados a la desocupación y al hambre. Los países desarrollados, envueltos en la crisis, amenguan sus efectos, descargándola sobre los países productores de materia prima. En la Argentina se desmorona “el granero del mundo”: caen los precios de las exportaciones y baja el peso. Desocupación, hambre, tuberculosis, delincuencia y suicidios señalan el inicio de la Década Infame. Entonces el verdadero rostro del país vasallo se asoma a los ojos del
pensador nacional que sepa verlo. Y mientras el resto de la inteligencia argentina juguetea con metáforas exquisitas, Raúl Scalabrini Ortiz emprende la tarea de demostrar la verdadera realidad nacional. Hasta poco tiempo atrás, también él se había enredado en la metafísica con “El hombre que está solo y espera”, pero ahora – 1932 – Scalabrini hunde profundamente el escalpelo del análisis en la patria vasalla e inicia la tarea de toda su vida. El pensamiento nacional, dormido desde hacía décadas, se pone en marcha.
Scalabrini se pregunta en primer lugar ¿cómo es posible que en un país como la Argentina, productor de carnes y cereales, haya hambre? De allí pasa a inventariar nuestras riquezas (ferrocarriles, frigoríficos, puertos, etc.) estudiando en cada caso quién es el propietario de los mismos y así llega a la conclusión de que los argentinos nada poseen, salvo la vergüenza para renovar empréstitos en el exterior, mientras el imperialismo inglés se lleva nuestras riquezas a precios bajísimos y nos venden sus productos encarecidos; mientras los ingleses nos succionan a través de seguros, fletes, dividendos, jugosa renta producto de su dominio sobre los resortes vitales de nuestra economía.
Exilio y lucha antimperialista
Como consecuencia de su participación en la Revolución Radical de Paso de los Libres, Scalabrini es desterrado a Europa en 1933. Desde allá, se aclara aún más el grado de sometimiento argentino al imperio, pues lo que los diarios ocultan en la Argentina, se dice a voz alta en Alemania o Italia, especialmente debido a las rivalidades inter imperialistas. “Somos esclavos de los ingleses”, se repite una y otra vez Scalabrini, ya absolutamente convencido de que sus cifras son ciertas e irrefutables. Por otra parte, Inglaterra lleva a cabo por entonces el reajuste de los mecanismos de dependencia y expoliación y eso permite que salgan a la luz nuevas y definitivas pruebas. A veces, se trata de simples confesiones como cuando el vicepresidente Roca afirma en Londres que “la Argentina es desde el punto de vista económico, parte del Imperio Británico” o cuando el representante argentino Sir William Leguizamón sostiene que nuestro país “es la joya más preciada en la corona de Su Majestad Británica”. Otras veces, la desvergüenza de los tratados subleva el espíritu nacional de Scalabrini Ortiz. Desde Alemania, en 1934, escribe a La Gaceta de Buenos Aires, sus primeros artículos en los que aborda en profundidad el problema clave de todo país semi colonial: la cuestión nacional. Poco después, en 1935, ya de regreso del exilio se lanza decididamente a la lucha contra el imperialismo. Desde el periódico “Señales” y desde FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) condenará uno a uno todos los decretos de la entrega. A través de la conferencia, el libro y los artículos periodísticos, no cesará un instante, desde entonces, en denunciar la expoliación imperialista y convocar a la Revolución Nacional.
El país está enfrentado en plena Década Infame. El “granero del mundo” constituido por Inglaterra a fines de siglo, ya no funciona y apelando a los más diversos métodos, el imperio intenta reorganizar la dependencia. En materia de carnes ha impuesto el Pacto Roca-Runciman por el cual el 85 % de las exportaciones de carnes quedan en manos de los frigoríficos anglo-yanquis y sólo el 15 % para frigoríficos argentinos, siempre y cuando no persigan fines de lucro. Asimismo, la Argentina se compromete a no crear nuevos frigoríficos y asegura a Inglaterra la entrada del carbón, libre de impuestos. En materia de moneda y créditos, el ministro Pinedo crea el Banco Central mixto, cuyo proyecto de ley se elabora en Inglaterra y merced al cual el control de la circulación monetaria y de la política crediticia pasa a manos de los bancos privados con preponderancia inglesa. La creciente competencia del automotor, detrás del cual está el imperialismo yanqui, es resuelta por los ingleses a través de la Coordinación de Transportes, empresa mixta atada a la política ferroviaria. La CADE, a su vez, sobornó a la mayor parte de los concejales y con la complicidad del presidente Justo y del presidente del partido radical Alvear, logra renovar las concesiones eléctricas por medio siglo en un acto escandaloso. Otros negociados menores saquean al país en esos años: el Instituto Movilizador de Inversiones Bancarias, cuyo principal objeto es sacar de aprietos a los oligarcas perjudicados por la crisis, la Conversión de la Deuda de la Provincia de Buenos Aires, que favorece a Bemberg, las Juntas Reguladoras que resuelvan el problema de los bajos precios quemando o tirando la producción, como en el caso del vino que corre espumante por las acequias de Mendoza. Pocas veces un país ha caído en manos de una banda de asaltantes como en estos años del treinta. El imperialismo ha impuesto “El Estatuto Legal del Coloniaje” y sólo un reducido número de argentinos – encabezado por Scalabrini Ortiz – denuncia día a día las tropelías en perjuicio del pueblo argentino.
A través de las conferencias y los cuadernos de FORJA, Scalabrini se convierte en el gran fiscal de la Patria frente a la entrega. Pero por sobre todos estos negociados, él apunta decididamente a la clave del sistema colonial: el ferrocarril. Esos rieles tendidos por el capital extranjero son “una inmensa tela de araña metálica donde está aprisionada la República”. Es a través del ferrocarril que nuestra economía se organiza colonialmente para entregar riqueza barata en el puerto de Buenos Aires a los barcos ingleses y es a través del ferrocarril, con sus tarifas parabólicas, que el imperialismo destruye todo intento industrial en el interior, asegurando así la colocación de la cara mercadería importada. Por esos años, Scalabrini Ortiz se sumerge en la historia nefasta de esos ferrocarriles y paso a paso va desnudando la verdad: que los ingleses trajeron capitales ínfimos, que aguaron esos capitales a través de revaluaciones contables dirigidas a inflar los beneficios, concedidos como porcentajes fijos sobre el capital, que quebraron todo intento de comunicación interna que no fuese a dar a Buenos Aires, que subieron y bajaron las tarifas, según sus conveniencias, para boicotear a las industrias nacionales que compitiesen con la mercadería traída de Londres, que obtuvieron miles de hectáreas de regalo junto a las vías, que no cumplieron función de fomento alguna en las provincias pobres, que hundieron unos pueblos y levantaron otros torciendo el trazado de las líneas según sus intereses y los de sus socios: los oligarcas.
Allí reside, sostiene Scalabrini, el verdadero cáncer de nuestra soberanía y en torno a él han crecido las restantes enfermedades que han terminado por hundirnos: la moneda y el crédito manejado por la banca extranjera, el estancamiento industrial, la no explotación de la riqueza minera, ni de la hidroelectricidad, la subordinación a barcos, tranvías y restantes servicios públicos extranjeros, la expoliación de los empréstitos a través del interés compuesto. “Somos una Argentina colonial, queremos ser una Argentina libre”, reclaman Scalabrini, Jauretche y sus muchachos de FORJA. Pero el boicot del silencio cae sobre ellos. La superestructura creada por el imperialismo se cierra ahogando a las voces nacionales. Ellos no cejan, sin embargo, y desde las catacumbas van forjando la conciencia nacional. Scalabrini publica en esos años la “Historia de los Ferrocarriles Argentinos” y “Política Británica en el Río de la Plata”. Aborda además la revisión histórica superando la estrechez del revisionismo nacionalista de derecha y reivindicando a Moreno como el gran revolucionario nacional cuyo programa se asienta en el Plan de Operaciones. El mismo traza en estas figuras su concepción de la historia argentina: Moreno, Rosas, Yrigoyen. Asimismo indaga en la historia latinoamericana, denunciando la política inglesa que segregó la Banda Oriental y buceando en las raíces comunes de la Patria Grande balcanizada.
El subsuelo de la Patria sublevado
Cuando se desencadena la segunda guerra mundial y ante la presión aliadófila para que la Argentina envíe tropas al frente, Scalabrini Ortiz vuelve a hacer punta contra el imperialismo, publicando el diario “Reconquista”. Desde allí defiende la neutralidad y lanza esta consigna: “No os dejéis arrastrar a la catástrofe. Si os empujan, subleváos. Muramos por la libertad de la Patria y no al servicio de los patrones extranjeros”. Así convoca a la segunda independencia cuando los intelectuales exquisitos suspiran por Francia y los “izquierdistas” se aprestan a jugar como ala izquierda de la oligarquía y el imperialismo. Jaqueado por todas las fuerzas de la Argentina ainglesada, “Reconquista” logra vivir tan sólo 41 días. Pero Scalabrini no desespera y dos años después, publica “La gota de agua”, volviendo sobre el tema del imperialismo. Esta vez no logra llegar al segundo número. Sin embargo, más allá de las presiones y del boicot organizado, las ideas antimperialistas se van abriendo camino. Subterráneamente, el pensamiento nacional se va infiltrando y despierta ya muchas conciencias dormidas. Y cuando poco después el Grupo de Oficiales Unidos dé el golpe de estado del 4 de junio de 1943, alguien recordará que uno de los libros que esos militares consideran texto obligado para su formación política es “La Historia de los Ferrocarriles” de Scalabrini Ortiz.
La revolución de 1943 crea una actitud de expectativa en Scalabrini Ortiz. Por esa época, él debe abocarse a la obtención de algún ingreso para subsistir pues, entregado de lleno a la acción política, se encuentra casi bordeando la miseria. Viaja entonces por el interior y en una breve estadía en Buenos Aires lo conoce personalmente a Juan Domingo Perón, a quien ya le sugiere la nacionalización de los ferrocarriles. Vuelve entonces a viajar y poco después, cuando regresa a Buenos Aires, se produce el 17 de octubre de 1945. Ese día, Scalabrini Ortiz forma parte de la multitud que irrumpe en nuestra historia para iniciar una Argentina Nueva. Ese día, Scalabrini se convence de que esos hombres, a los que llama “esos de nadie y sin nada”, son los que conducirán al país hacia sus nuevos destinos: “…Era el subsuelo de la patria sublevado. Era el cimiento básico de la Nación que asomaba por primera vez en su tosca desnudez original… La multitud tiene un cuerpo y un ademán de siglos. Éramos briznas de multitud y el alma de todos nos redimía. Presentía que la historia estaba pasando junto a nosotros y nos acariciaba suavemente como la brisa fresca del río… Eran los hombres que ‘estaban solos y esperaban’, que iniciaban sus tareas de reivindicación”.
Pocos meses después, Perón derrota en las urnas a los viejos partidos representantes de una Argentina que moría irremediablemente. Scalabrini acompaña el proceso de la campaña electoral desde las columnas del diario “Política” y mantiene estrecho contacto con Perón, ya siendo éste presidente. Presenta entonces varios trabajos atinentes a la nacionalización de los ferrocarriles, pero no acepta cargos en el gobierno. Considera que su lugar está en el llano, opinando, fiscalizando, apoyando, pero, después de tantos años de oposición, no se considera un “hombre de construcción”. Participa así del proceso de la Revolución Nacional y ve caer uno a uno de los eslabones de la cadena con que el imperialismo nos sojuzgaba y que él había denunciado sin descanso: los ferrocarriles, los teléfonos, los bancos, la exportación y la importación, el transporte marítimo y el aéreo, los seguros, el gas, etc. Y ve también crecer a ritmo intenso a la industria liviana, asfixiada tantos años por la mercadería importada. Así transcurre esos años estudiando, elaborando ideas y ganándose la vida con una pequeña plantación de álamos en el Delta.
Revolución y contrarrevolución
La Argentina se ha liberado. Una nación económicamente libre, socialmente justa y políticamente soberana deja atrás, como un triste recuerdo, a aquella colonia de los años treinta. Las consignas lanzadas por FORJA, a veces casi con las mismas palabras, son coreadas ahora por la multitud. Pero entonces Scalabrini Ortiz empieza a hilvanar otras ideas, a programar nuevos derroteros, como si comprendiera que lo que él predicó ya está cumplido y que hay que continuar el proceso, para no correr el peligro del estancamiento que seguramente revertiría en retroceso. Sabe que cuando las revoluciones se detienen, son generalmente derrotadas por los contrarrevolucionarios. Por esa época retoma viejas ideas suyas, aquellas que le vienen de su juventud de “Insurrexit”, aquellos otros pensamientos no desarrollados en la Década Infame y gira a la izquierda, imbuyendo a su concepción de un claro contenido revolucionario. Abre entonces el surco por el que, apenas una década después el general Perón hablará de Socialismo Nacional.
Por entonces, Scalabrini le sugiere a Hernández Arregui la posibilidad de crear un partido de izquierda, comunista, pero nacional, es decir combinar el planteo de la cuestión nacional con el de la cuestión social. Por esos meses sostiene que Perón, al postular “la humanización del capital”, ha sentado un principio revolucionario porque “humanizar el capital” significa hacerlo mortal, es decir, afirmar su carácter histórico y por tanto transitorio. También habla por entonces de la unidad latinoamericana y de la posibilidad de que Buenos Aires sea la Capital de esa Confederación. Su concepción histórica se izquierdiza asimismo y se transforma en “Moreno, Dorrego, los caudillos federales, algunos relámpagos de inspiración de Rosas, Yrigoyen y Perón” donde Rosas pasa a un segundo plano en relación a su concepción de los años treinta, en favor de los caudillos del interior, expresiones de nacionalismo popular. Asimismo avanza mucho más allá que los rosistas al condenar a Mitre y la Guerra del Paraguay, hasta entonces a salvo del revisionismo histórico de derecha. También por esa época tiene un encuentro con un industrial que más tarde relatará en un artículo señalando la inconsciencia de la burguesía industrial, su incomprensión de los problemas fundamentales de la Argentina y su incapacidad para dirigir la Revolución Nacional. Por otro lado, todas su expresiones de esos años adjudican a la clase obrera el papel decisivo en la Revolución, llegando incluso en un artículo acerca del 17 de Octubre, a establecer una similitud entre Perón y Lenin, en tanto caudillos profundamente nacionales y expresiones auténticas de las masas, recurriendo para esta referencia sobre Lenin a la opinión de Trotsky. El pensamiento de Scalabrini Ortiz se desliza pues de una posición nacional democrática hacia la izquierda, avanzando hacia lo que llamamos socialismo nacional.
Sin embargo, el golpe de setiembre de 1955 quiebra el proceso de la Revolución Nacional y quiebra también el desarrollo ideológico de Scalabrini. Porque ahora han vuelto los hombres de paja del imperialismo, los mismos del treinta con Raúl Prebisch a la cabeza. Otra vez los amigos de los ingleses, otra vez los personeros de la oligarquía, otra vez los pactos claudicantes, de nuevo los bancos privados, los tratados vergonzosos, las devaluaciones para engordar las arcas de los ganaderos. Y de nuevo entonces, piensa Scalabrini, hay que plantear como única y absoluta prioridad: la Revolución Nacional. Todo parece volver hacia el pasado y las ideas de Scalabrini ya no se proyectan hacia el futuro sino que se afirman en su vieja lucha. Desde “El Líder”, “De Frente” y “El Federalista” se constituye en el crítico implacable de los “gorilas”. Cerrados estos periódicos, escribirá desde mediados de 1956 en la revista “Qué”. La Revolución Nacional, por sobre todo, piensa Scalabrini y así redobla sus esfuerzos para romper el continuismo gorila. Esa posición lo lleva a colaborar con Frondizi y Frigerio entendiendo que debe usar a “Qué” como vocero de sus ideas, más allá de las diferencias que pueda tener con los teóricos de la burguesía industrial.
Todo el año 1957 Scalabrini ataca semana a semana las medidas retrógradas y pro-imperialistas del gobierno. Puede decirse que a través suyo se expresa la Argentina auténtica que se niega a volver al pasado. El 23 de febrero de 1958 el Frente Nacional, que lleva a Frondizi para presidente, aplasta a la reacción en las urnas, pero la entrega del poder es condicionada. Por eso Scalabrini entiende que debe seguir apoyando, aún disintiendo en muchos aspectos, al gobierno frondizista. Por eso también acepta la dirección de la revista “Qué”, convertida ahora en revista oficialista. Durante poco tiempo, sin embargo, permanece en su dirección (menos de dos meses). La publicación de los contratos petroleros en los últimos días de julio de 1958, lo decide a renunciar. Escribe entonces un artículo titulado “Aplicar al petróleo la experiencia ferroviaria” y deja constancia de su disentimiento con los contratos, en especial con lo pactado con la Banca Loeb. No desea, sin embargo, romper frontalmente con el gobierno cuando éste se encuentra jaqueado por los gorilas y prefiere irse calladamente. Por otra parte, ya está preso de un cáncer que lo llevará a la muerte pocos meses después.
Desde esa separación, Scalabrini Ortiz ya no actúa públicamente pero sus amigos y sus familiares saben que una tristeza lo domina por la traición del frondizismo. El 31 de diciembre de 1958, Frondizi anuncia el primer “acuerdo” de la Argentina al Fondo Monetario Internacional y en enero de 1959 se abraza con los banqueros de Wall Strest; mientras los tanques derrumban las verjas del Frigorífico Municipal para sofocar a los obreros en huelga. Pero Scalabrini, ya nada puede decir: está vencido por la enfermedad y después de un período de postración, fallece el 30 de mayo de 1959. Poco después, Frondizi designa ministro de economía a un representante típico del imperialismo: Alvaro Alsogaray. Es la prueba de que la burguesía industrial no es capaz de llevar adelante el proceso de liberación nacional.
Con el ejemplo del Patriota, hacia la sociedad nueva
A partir de la muerte de Scalabrini, hondas transformaciones se operan en la realidad argentina. La primera se inicia en los meses que él ya está postrado y se consolida bajo la égida frigerista: ingreso del capital norteamericano, especialmente al área automotriz, petrolera y de productos químicos, así como subordinación a los planes del F.M.I. (ministros Alsogaray – Alemann). La segunda avalancha del capital imperialista, se verifica hacia 1967 bajo el gobierno de Onganía, con el ministro Krieger Vassena, desnacionalizándose ramas enteras de la producción (ej.: industria del tabaco) así como bancos, empresas petroquímicas, etc. En esa Argentina de la Revolución Nacional inconclusa desde 1955, todavía predominantemente agropecuaria en su comercio exterior, se insertó la presencia imperialista yanqui cuyos planes antipopulares condujeron a las explosiones sociales del ’69 (cordobazo) y a la radicalización de los sectores medios. Una vez más – porque el pueblo siempre vuelve – se reconstruye el frente nacional en 1973 y se intenta, bajo el liderazgo de Perón, la prosecución del proceso interrumpido en aquel nefasto septiembre de 1955. Pero diversas circunstancias se conjugan para frustrar el proceso popular, situación que aprovechan los sectores reaccionarios para recuperar el poder.
Entre el 24 de marzo de 1976 y el 10 de diciembre de 1983 se instaura en la Argentina una dictadura genocida. La clase dominante – Videla a la presidencia, Martínez de Hoz en el ministerio – asesina a 30.000 argentinos para someter a los trabajadores y a los sectores revolucionarios de la pequeña burguesía e imponer un modelo financiero que destruye la industria y endeuda el país con la banca internacional.
Terror y explotación van juntos, mientras se recompone la clase dominante con la consolidación de unos pocos grandes consorcios ligados al interés multinacional. Sólo las Madres de Plaza de Mayo y algunos sectores combativos del sindicalismo enfrentan la represión y la entrega. La derrota en la guerra de Malvinas provoca el fin de la dictadura.
Entre 1983 y 1989, los sectores medios liderados por Raúl Alfonsín están en el gobierno, pero fracasan. Del juicio a las Juntas, pasan a la obediencia debida y el punto final. De una política económica mercadointernista, pasan a cumplir las exigencias del FMI. La impunidad de represores y grandes empresas prevalece. La deuda externa aumenta. La ilusión de los sectores medios se hunde en la frustración.
Entre 1989 y 1999, el peronismo ha regresado al poder pero ahora copado por una burguesía transnacionalizada. Impera entonces una política exterior de sometimiento a Estados Unidos, crece la deuda externa, se rematan las empresas del Estado, crece la desocupación. Esa dirigencia liderada por Menem, traiciona las banderas históricas del peronismo a través de una política entreguista y antinacional, signada por la corrupción. Cuando ese modelo regresivo se hunde, triunfa la Alianza en 1999 llevando al poder a Fernando de la Rúa (frente del radicalismo y el Frepaso), pero en dos años esta coalición revela su impotencia limitándose a administrar el modelo recibido y agravándolo incluso con la flexibilización laboral. A esta nueva frustración le pone fín la pueblada del 19 y 20 de diciembre del 2001. Con la consigna “que se vayan todos”, el pueblo obliga a la renuncia del presidente.
Lo demás es historia reciente. Crisis de la dirigencia política, dispersión y debilidad del campo popular, gravísimo endeudamiento externo. Sin embargo, los “de nadie y sin nada” vuelven a reencaminar el país en el 2003. El kirchnerismo, con su política de derechos humanos, su posición latinoamericanista, su reemplazo del modelo financiero por un modelo productivo y el recupero del rol del Estado, abre posibilidades.
En esta larga y dura lucha de los argentinos por su liberación, más allá de las nuevas condiciones y de los pronunciados cambios que se advierten en los partidos protagónicos, los próximos años nos mostrarán seguramente a la Clase Trabajadora reunificando el frente nacional y poniéndose a su cabeza para evidenciar, como señalaba Scalabrini, que ese “subsuelo de la Patria sublevado” aquel 1 y7 de Octubre de 1945, asegurará, con su protagonismo, el camino hacia una sociedad nueva sin miseria, sin injusticia, sin humillación.
Raúl Scalabrini Ortiz, Frase célebre:
"Los asuntos económicos son tan simples que están al alcance de un niño, sólo requieren saber sumar o restar.. Por ello cuando usted no entienda pregunte hasta que entienda, si no entiende es que están tratando de robarle.."
De los primeros tiempos
Raúl Scalabrini Ortiz nació en la ciudad de Corrientes cuando el siglo XIX tocaba a su fin (14 de febrero de 1898). La Argentina estaba ya convertida en semi colonia británica: los ferrocarriles ingleses, trazados en abanico hacia el puerto de Buenos Aires, sellaban la dependencia. Toros ingleses, frigoríficos anglo-yanquis, comercio de exportación e importación copado por el imperialismo, bancos y servicios públicos de propiedad extranjera, seguros y fletes para “su majestad” e incluso grandes casas de comercio, inglesas, en Buenos Aires, configuraban el panorama de ese vasallaje que la oligarquía pretendió disimular bajo el nombre ostentoso de “granero del mundo”. La división internacional del trabajo se había impuesto entre la potencia industrializada y poderosa, por un lado y el país semicolonial, subyugado y succionado, por el otro. “Argentina, la granja; Inglaterra, el taller” habían dicho los hombres del imperio y ahora, ya estructurada la economía complementaria, de acuerdo con la oligarquía vacuna, crearon una superestructura cultural para colonizar ideológicamente a los argentinos. A falta de ejército de ocupación, el imperio ocupó las mentalidades nativas con libros europeos que impedían la formación de una auténtica conciencia nacional. Así, en ese país vasallo, la trama del coloniaje quedó oculta y los argentinos cantaron el himno y agitaron la bandera sin darse cuenta que vivían en una Argentina socialmente injusta, económicamente explotada y políticamente colonial. Recién más de treinta años después, Raúl Scalabrini Ortiz, descorrería el velo y mostraría la verdad de la opresión.
La adolescencia y la juventud de Scalabrini Ortiz transcurren bajo la presión de esa cultura cipaya predominante. Si la generación anterior (Palacios, Ugarte, Ingenieros) había sido triturada ideológicamente, su generación (Borges, Victoria Ocampo, María Rosa Oliver) doblaba la cerviz sin resistencia alguna y hablaba, reía y amaba en francés o en inglés. Varios factores se conjugan, sin embargo, para que Raúl Scalabrini rompa la trama del pensamiento colonial. Por un lado, su militancia juvenil en un grupo llamado “Insurrexit”, de ideología marxista, le permite descubrir la importancia de los factores económicos y sociales en el desarrollo histórico. Por otro, su permanente deambular por el país (por razones de trabajo viaja a La Pampa, Entre Ríos y Catamarca) lo salvan de encerrarse en una visión porteña y le enseñan cómo viven y cómo sueñan sus compatriotas. A esto se suma un viaje a París, a los veintiséis años, del cual regresa hondamente decepcionado, pues en la “Francia eterna” del “humanitarismo y los derechos del hombre” encuentra un enorme desdén por los latinoamericanos y una antidemocrática xenofobia de “pueblo elegido”. Además, Scalabrini busca auténticamente “su verdad” y no se contenta con la gloriola efímera que satisface a sus colegas de la pluma. En este aspecto, su maestro Macedonio Fernández lo orienta hacia una vida profunda, de altruismo y generosidad, donde lo individual se diluya en aras del beneficio colectivo. “Mis días eran extrañamente ajenos los unos a los otros… Les faltaba sometimiento a una empresa más grande que ellos mismos. Les faltaba subordinación a una fe”.
En esa búsqueda se halla Scalabrini cuando, en octubre de 1929, se desencadena la crisis económica mundial. El capitalismo hace agua por todos lados y millones de hombres son arrojados a la desocupación y al hambre. Los países desarrollados, envueltos en la crisis, amenguan sus efectos, descargándola sobre los países productores de materia prima. En la Argentina se desmorona “el granero del mundo”: caen los precios de las exportaciones y baja el peso. Desocupación, hambre, tuberculosis, delincuencia y suicidios señalan el inicio de la Década Infame. Entonces el verdadero rostro del país vasallo se asoma a los ojos del
pensador nacional que sepa verlo. Y mientras el resto de la inteligencia argentina juguetea con metáforas exquisitas, Raúl Scalabrini Ortiz emprende la tarea de demostrar la verdadera realidad nacional. Hasta poco tiempo atrás, también él se había enredado en la metafísica con “El hombre que está solo y espera”, pero ahora – 1932 – Scalabrini hunde profundamente el escalpelo del análisis en la patria vasalla e inicia la tarea de toda su vida. El pensamiento nacional, dormido desde hacía décadas, se pone en marcha.
Scalabrini se pregunta en primer lugar ¿cómo es posible que en un país como la Argentina, productor de carnes y cereales, haya hambre? De allí pasa a inventariar nuestras riquezas (ferrocarriles, frigoríficos, puertos, etc.) estudiando en cada caso quién es el propietario de los mismos y así llega a la conclusión de que los argentinos nada poseen, salvo la vergüenza para renovar empréstitos en el exterior, mientras el imperialismo inglés se lleva nuestras riquezas a precios bajísimos y nos venden sus productos encarecidos; mientras los ingleses nos succionan a través de seguros, fletes, dividendos, jugosa renta producto de su dominio sobre los resortes vitales de nuestra economía.
Exilio y lucha antimperialista
Como consecuencia de su participación en la Revolución Radical de Paso de los Libres, Scalabrini es desterrado a Europa en 1933. Desde allá, se aclara aún más el grado de sometimiento argentino al imperio, pues lo que los diarios ocultan en la Argentina, se dice a voz alta en Alemania o Italia, especialmente debido a las rivalidades inter imperialistas. “Somos esclavos de los ingleses”, se repite una y otra vez Scalabrini, ya absolutamente convencido de que sus cifras son ciertas e irrefutables. Por otra parte, Inglaterra lleva a cabo por entonces el reajuste de los mecanismos de dependencia y expoliación y eso permite que salgan a la luz nuevas y definitivas pruebas. A veces, se trata de simples confesiones como cuando el vicepresidente Roca afirma en Londres que “la Argentina es desde el punto de vista económico, parte del Imperio Británico” o cuando el representante argentino Sir William Leguizamón sostiene que nuestro país “es la joya más preciada en la corona de Su Majestad Británica”. Otras veces, la desvergüenza de los tratados subleva el espíritu nacional de Scalabrini Ortiz. Desde Alemania, en 1934, escribe a La Gaceta de Buenos Aires, sus primeros artículos en los que aborda en profundidad el problema clave de todo país semi colonial: la cuestión nacional. Poco después, en 1935, ya de regreso del exilio se lanza decididamente a la lucha contra el imperialismo. Desde el periódico “Señales” y desde FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) condenará uno a uno todos los decretos de la entrega. A través de la conferencia, el libro y los artículos periodísticos, no cesará un instante, desde entonces, en denunciar la expoliación imperialista y convocar a la Revolución Nacional.
El país está enfrentado en plena Década Infame. El “granero del mundo” constituido por Inglaterra a fines de siglo, ya no funciona y apelando a los más diversos métodos, el imperio intenta reorganizar la dependencia. En materia de carnes ha impuesto el Pacto Roca-Runciman por el cual el 85 % de las exportaciones de carnes quedan en manos de los frigoríficos anglo-yanquis y sólo el 15 % para frigoríficos argentinos, siempre y cuando no persigan fines de lucro. Asimismo, la Argentina se compromete a no crear nuevos frigoríficos y asegura a Inglaterra la entrada del carbón, libre de impuestos. En materia de moneda y créditos, el ministro Pinedo crea el Banco Central mixto, cuyo proyecto de ley se elabora en Inglaterra y merced al cual el control de la circulación monetaria y de la política crediticia pasa a manos de los bancos privados con preponderancia inglesa. La creciente competencia del automotor, detrás del cual está el imperialismo yanqui, es resuelta por los ingleses a través de la Coordinación de Transportes, empresa mixta atada a la política ferroviaria. La CADE, a su vez, sobornó a la mayor parte de los concejales y con la complicidad del presidente Justo y del presidente del partido radical Alvear, logra renovar las concesiones eléctricas por medio siglo en un acto escandaloso. Otros negociados menores saquean al país en esos años: el Instituto Movilizador de Inversiones Bancarias, cuyo principal objeto es sacar de aprietos a los oligarcas perjudicados por la crisis, la Conversión de la Deuda de la Provincia de Buenos Aires, que favorece a Bemberg, las Juntas Reguladoras que resuelvan el problema de los bajos precios quemando o tirando la producción, como en el caso del vino que corre espumante por las acequias de Mendoza. Pocas veces un país ha caído en manos de una banda de asaltantes como en estos años del treinta. El imperialismo ha impuesto “El Estatuto Legal del Coloniaje” y sólo un reducido número de argentinos – encabezado por Scalabrini Ortiz – denuncia día a día las tropelías en perjuicio del pueblo argentino.
A través de las conferencias y los cuadernos de FORJA, Scalabrini se convierte en el gran fiscal de la Patria frente a la entrega. Pero por sobre todos estos negociados, él apunta decididamente a la clave del sistema colonial: el ferrocarril. Esos rieles tendidos por el capital extranjero son “una inmensa tela de araña metálica donde está aprisionada la República”. Es a través del ferrocarril que nuestra economía se organiza colonialmente para entregar riqueza barata en el puerto de Buenos Aires a los barcos ingleses y es a través del ferrocarril, con sus tarifas parabólicas, que el imperialismo destruye todo intento industrial en el interior, asegurando así la colocación de la cara mercadería importada. Por esos años, Scalabrini Ortiz se sumerge en la historia nefasta de esos ferrocarriles y paso a paso va desnudando la verdad: que los ingleses trajeron capitales ínfimos, que aguaron esos capitales a través de revaluaciones contables dirigidas a inflar los beneficios, concedidos como porcentajes fijos sobre el capital, que quebraron todo intento de comunicación interna que no fuese a dar a Buenos Aires, que subieron y bajaron las tarifas, según sus conveniencias, para boicotear a las industrias nacionales que compitiesen con la mercadería traída de Londres, que obtuvieron miles de hectáreas de regalo junto a las vías, que no cumplieron función de fomento alguna en las provincias pobres, que hundieron unos pueblos y levantaron otros torciendo el trazado de las líneas según sus intereses y los de sus socios: los oligarcas.
Allí reside, sostiene Scalabrini, el verdadero cáncer de nuestra soberanía y en torno a él han crecido las restantes enfermedades que han terminado por hundirnos: la moneda y el crédito manejado por la banca extranjera, el estancamiento industrial, la no explotación de la riqueza minera, ni de la hidroelectricidad, la subordinación a barcos, tranvías y restantes servicios públicos extranjeros, la expoliación de los empréstitos a través del interés compuesto. “Somos una Argentina colonial, queremos ser una Argentina libre”, reclaman Scalabrini, Jauretche y sus muchachos de FORJA. Pero el boicot del silencio cae sobre ellos. La superestructura creada por el imperialismo se cierra ahogando a las voces nacionales. Ellos no cejan, sin embargo, y desde las catacumbas van forjando la conciencia nacional. Scalabrini publica en esos años la “Historia de los Ferrocarriles Argentinos” y “Política Británica en el Río de la Plata”. Aborda además la revisión histórica superando la estrechez del revisionismo nacionalista de derecha y reivindicando a Moreno como el gran revolucionario nacional cuyo programa se asienta en el Plan de Operaciones. El mismo traza en estas figuras su concepción de la historia argentina: Moreno, Rosas, Yrigoyen. Asimismo indaga en la historia latinoamericana, denunciando la política inglesa que segregó la Banda Oriental y buceando en las raíces comunes de la Patria Grande balcanizada.
El subsuelo de la Patria sublevado
Cuando se desencadena la segunda guerra mundial y ante la presión aliadófila para que la Argentina envíe tropas al frente, Scalabrini Ortiz vuelve a hacer punta contra el imperialismo, publicando el diario “Reconquista”. Desde allí defiende la neutralidad y lanza esta consigna: “No os dejéis arrastrar a la catástrofe. Si os empujan, subleváos. Muramos por la libertad de la Patria y no al servicio de los patrones extranjeros”. Así convoca a la segunda independencia cuando los intelectuales exquisitos suspiran por Francia y los “izquierdistas” se aprestan a jugar como ala izquierda de la oligarquía y el imperialismo. Jaqueado por todas las fuerzas de la Argentina ainglesada, “Reconquista” logra vivir tan sólo 41 días. Pero Scalabrini no desespera y dos años después, publica “La gota de agua”, volviendo sobre el tema del imperialismo. Esta vez no logra llegar al segundo número. Sin embargo, más allá de las presiones y del boicot organizado, las ideas antimperialistas se van abriendo camino. Subterráneamente, el pensamiento nacional se va infiltrando y despierta ya muchas conciencias dormidas. Y cuando poco después el Grupo de Oficiales Unidos dé el golpe de estado del 4 de junio de 1943, alguien recordará que uno de los libros que esos militares consideran texto obligado para su formación política es “La Historia de los Ferrocarriles” de Scalabrini Ortiz.
La revolución de 1943 crea una actitud de expectativa en Scalabrini Ortiz. Por esa época, él debe abocarse a la obtención de algún ingreso para subsistir pues, entregado de lleno a la acción política, se encuentra casi bordeando la miseria. Viaja entonces por el interior y en una breve estadía en Buenos Aires lo conoce personalmente a Juan Domingo Perón, a quien ya le sugiere la nacionalización de los ferrocarriles. Vuelve entonces a viajar y poco después, cuando regresa a Buenos Aires, se produce el 17 de octubre de 1945. Ese día, Scalabrini Ortiz forma parte de la multitud que irrumpe en nuestra historia para iniciar una Argentina Nueva. Ese día, Scalabrini se convence de que esos hombres, a los que llama “esos de nadie y sin nada”, son los que conducirán al país hacia sus nuevos destinos: “…Era el subsuelo de la patria sublevado. Era el cimiento básico de la Nación que asomaba por primera vez en su tosca desnudez original… La multitud tiene un cuerpo y un ademán de siglos. Éramos briznas de multitud y el alma de todos nos redimía. Presentía que la historia estaba pasando junto a nosotros y nos acariciaba suavemente como la brisa fresca del río… Eran los hombres que ‘estaban solos y esperaban’, que iniciaban sus tareas de reivindicación”.
Pocos meses después, Perón derrota en las urnas a los viejos partidos representantes de una Argentina que moría irremediablemente. Scalabrini acompaña el proceso de la campaña electoral desde las columnas del diario “Política” y mantiene estrecho contacto con Perón, ya siendo éste presidente. Presenta entonces varios trabajos atinentes a la nacionalización de los ferrocarriles, pero no acepta cargos en el gobierno. Considera que su lugar está en el llano, opinando, fiscalizando, apoyando, pero, después de tantos años de oposición, no se considera un “hombre de construcción”. Participa así del proceso de la Revolución Nacional y ve caer uno a uno de los eslabones de la cadena con que el imperialismo nos sojuzgaba y que él había denunciado sin descanso: los ferrocarriles, los teléfonos, los bancos, la exportación y la importación, el transporte marítimo y el aéreo, los seguros, el gas, etc. Y ve también crecer a ritmo intenso a la industria liviana, asfixiada tantos años por la mercadería importada. Así transcurre esos años estudiando, elaborando ideas y ganándose la vida con una pequeña plantación de álamos en el Delta.
Revolución y contrarrevolución
La Argentina se ha liberado. Una nación económicamente libre, socialmente justa y políticamente soberana deja atrás, como un triste recuerdo, a aquella colonia de los años treinta. Las consignas lanzadas por FORJA, a veces casi con las mismas palabras, son coreadas ahora por la multitud. Pero entonces Scalabrini Ortiz empieza a hilvanar otras ideas, a programar nuevos derroteros, como si comprendiera que lo que él predicó ya está cumplido y que hay que continuar el proceso, para no correr el peligro del estancamiento que seguramente revertiría en retroceso. Sabe que cuando las revoluciones se detienen, son generalmente derrotadas por los contrarrevolucionarios. Por esa época retoma viejas ideas suyas, aquellas que le vienen de su juventud de “Insurrexit”, aquellos otros pensamientos no desarrollados en la Década Infame y gira a la izquierda, imbuyendo a su concepción de un claro contenido revolucionario. Abre entonces el surco por el que, apenas una década después el general Perón hablará de Socialismo Nacional.
Por entonces, Scalabrini le sugiere a Hernández Arregui la posibilidad de crear un partido de izquierda, comunista, pero nacional, es decir combinar el planteo de la cuestión nacional con el de la cuestión social. Por esos meses sostiene que Perón, al postular “la humanización del capital”, ha sentado un principio revolucionario porque “humanizar el capital” significa hacerlo mortal, es decir, afirmar su carácter histórico y por tanto transitorio. También habla por entonces de la unidad latinoamericana y de la posibilidad de que Buenos Aires sea la Capital de esa Confederación. Su concepción histórica se izquierdiza asimismo y se transforma en “Moreno, Dorrego, los caudillos federales, algunos relámpagos de inspiración de Rosas, Yrigoyen y Perón” donde Rosas pasa a un segundo plano en relación a su concepción de los años treinta, en favor de los caudillos del interior, expresiones de nacionalismo popular. Asimismo avanza mucho más allá que los rosistas al condenar a Mitre y la Guerra del Paraguay, hasta entonces a salvo del revisionismo histórico de derecha. También por esa época tiene un encuentro con un industrial que más tarde relatará en un artículo señalando la inconsciencia de la burguesía industrial, su incomprensión de los problemas fundamentales de la Argentina y su incapacidad para dirigir la Revolución Nacional. Por otro lado, todas su expresiones de esos años adjudican a la clase obrera el papel decisivo en la Revolución, llegando incluso en un artículo acerca del 17 de Octubre, a establecer una similitud entre Perón y Lenin, en tanto caudillos profundamente nacionales y expresiones auténticas de las masas, recurriendo para esta referencia sobre Lenin a la opinión de Trotsky. El pensamiento de Scalabrini Ortiz se desliza pues de una posición nacional democrática hacia la izquierda, avanzando hacia lo que llamamos socialismo nacional.
Sin embargo, el golpe de setiembre de 1955 quiebra el proceso de la Revolución Nacional y quiebra también el desarrollo ideológico de Scalabrini. Porque ahora han vuelto los hombres de paja del imperialismo, los mismos del treinta con Raúl Prebisch a la cabeza. Otra vez los amigos de los ingleses, otra vez los personeros de la oligarquía, otra vez los pactos claudicantes, de nuevo los bancos privados, los tratados vergonzosos, las devaluaciones para engordar las arcas de los ganaderos. Y de nuevo entonces, piensa Scalabrini, hay que plantear como única y absoluta prioridad: la Revolución Nacional. Todo parece volver hacia el pasado y las ideas de Scalabrini ya no se proyectan hacia el futuro sino que se afirman en su vieja lucha. Desde “El Líder”, “De Frente” y “El Federalista” se constituye en el crítico implacable de los “gorilas”. Cerrados estos periódicos, escribirá desde mediados de 1956 en la revista “Qué”. La Revolución Nacional, por sobre todo, piensa Scalabrini y así redobla sus esfuerzos para romper el continuismo gorila. Esa posición lo lleva a colaborar con Frondizi y Frigerio entendiendo que debe usar a “Qué” como vocero de sus ideas, más allá de las diferencias que pueda tener con los teóricos de la burguesía industrial.
Todo el año 1957 Scalabrini ataca semana a semana las medidas retrógradas y pro-imperialistas del gobierno. Puede decirse que a través suyo se expresa la Argentina auténtica que se niega a volver al pasado. El 23 de febrero de 1958 el Frente Nacional, que lleva a Frondizi para presidente, aplasta a la reacción en las urnas, pero la entrega del poder es condicionada. Por eso Scalabrini entiende que debe seguir apoyando, aún disintiendo en muchos aspectos, al gobierno frondizista. Por eso también acepta la dirección de la revista “Qué”, convertida ahora en revista oficialista. Durante poco tiempo, sin embargo, permanece en su dirección (menos de dos meses). La publicación de los contratos petroleros en los últimos días de julio de 1958, lo decide a renunciar. Escribe entonces un artículo titulado “Aplicar al petróleo la experiencia ferroviaria” y deja constancia de su disentimiento con los contratos, en especial con lo pactado con la Banca Loeb. No desea, sin embargo, romper frontalmente con el gobierno cuando éste se encuentra jaqueado por los gorilas y prefiere irse calladamente. Por otra parte, ya está preso de un cáncer que lo llevará a la muerte pocos meses después.
Desde esa separación, Scalabrini Ortiz ya no actúa públicamente pero sus amigos y sus familiares saben que una tristeza lo domina por la traición del frondizismo. El 31 de diciembre de 1958, Frondizi anuncia el primer “acuerdo” de la Argentina al Fondo Monetario Internacional y en enero de 1959 se abraza con los banqueros de Wall Strest; mientras los tanques derrumban las verjas del Frigorífico Municipal para sofocar a los obreros en huelga. Pero Scalabrini, ya nada puede decir: está vencido por la enfermedad y después de un período de postración, fallece el 30 de mayo de 1959. Poco después, Frondizi designa ministro de economía a un representante típico del imperialismo: Alvaro Alsogaray. Es la prueba de que la burguesía industrial no es capaz de llevar adelante el proceso de liberación nacional.
Con el ejemplo del Patriota, hacia la sociedad nueva
A partir de la muerte de Scalabrini, hondas transformaciones se operan en la realidad argentina. La primera se inicia en los meses que él ya está postrado y se consolida bajo la égida frigerista: ingreso del capital norteamericano, especialmente al área automotriz, petrolera y de productos químicos, así como subordinación a los planes del F.M.I. (ministros Alsogaray – Alemann). La segunda avalancha del capital imperialista, se verifica hacia 1967 bajo el gobierno de Onganía, con el ministro Krieger Vassena, desnacionalizándose ramas enteras de la producción (ej.: industria del tabaco) así como bancos, empresas petroquímicas, etc. En esa Argentina de la Revolución Nacional inconclusa desde 1955, todavía predominantemente agropecuaria en su comercio exterior, se insertó la presencia imperialista yanqui cuyos planes antipopulares condujeron a las explosiones sociales del ’69 (cordobazo) y a la radicalización de los sectores medios. Una vez más – porque el pueblo siempre vuelve – se reconstruye el frente nacional en 1973 y se intenta, bajo el liderazgo de Perón, la prosecución del proceso interrumpido en aquel nefasto septiembre de 1955. Pero diversas circunstancias se conjugan para frustrar el proceso popular, situación que aprovechan los sectores reaccionarios para recuperar el poder.
Entre el 24 de marzo de 1976 y el 10 de diciembre de 1983 se instaura en la Argentina una dictadura genocida. La clase dominante – Videla a la presidencia, Martínez de Hoz en el ministerio – asesina a 30.000 argentinos para someter a los trabajadores y a los sectores revolucionarios de la pequeña burguesía e imponer un modelo financiero que destruye la industria y endeuda el país con la banca internacional.
Terror y explotación van juntos, mientras se recompone la clase dominante con la consolidación de unos pocos grandes consorcios ligados al interés multinacional. Sólo las Madres de Plaza de Mayo y algunos sectores combativos del sindicalismo enfrentan la represión y la entrega. La derrota en la guerra de Malvinas provoca el fin de la dictadura.
Entre 1983 y 1989, los sectores medios liderados por Raúl Alfonsín están en el gobierno, pero fracasan. Del juicio a las Juntas, pasan a la obediencia debida y el punto final. De una política económica mercadointernista, pasan a cumplir las exigencias del FMI. La impunidad de represores y grandes empresas prevalece. La deuda externa aumenta. La ilusión de los sectores medios se hunde en la frustración.
Entre 1989 y 1999, el peronismo ha regresado al poder pero ahora copado por una burguesía transnacionalizada. Impera entonces una política exterior de sometimiento a Estados Unidos, crece la deuda externa, se rematan las empresas del Estado, crece la desocupación. Esa dirigencia liderada por Menem, traiciona las banderas históricas del peronismo a través de una política entreguista y antinacional, signada por la corrupción. Cuando ese modelo regresivo se hunde, triunfa la Alianza en 1999 llevando al poder a Fernando de la Rúa (frente del radicalismo y el Frepaso), pero en dos años esta coalición revela su impotencia limitándose a administrar el modelo recibido y agravándolo incluso con la flexibilización laboral. A esta nueva frustración le pone fín la pueblada del 19 y 20 de diciembre del 2001. Con la consigna “que se vayan todos”, el pueblo obliga a la renuncia del presidente.
Lo demás es historia reciente. Crisis de la dirigencia política, dispersión y debilidad del campo popular, gravísimo endeudamiento externo. Sin embargo, los “de nadie y sin nada” vuelven a reencaminar el país en el 2003. El kirchnerismo, con su política de derechos humanos, su posición latinoamericanista, su reemplazo del modelo financiero por un modelo productivo y el recupero del rol del Estado, abre posibilidades.
En esta larga y dura lucha de los argentinos por su liberación, más allá de las nuevas condiciones y de los pronunciados cambios que se advierten en los partidos protagónicos, los próximos años nos mostrarán seguramente a la Clase Trabajadora reunificando el frente nacional y poniéndose a su cabeza para evidenciar, como señalaba Scalabrini, que ese “subsuelo de la Patria sublevado” aquel 1 y7 de Octubre de 1945, asegurará, con su protagonismo, el camino hacia una sociedad nueva sin miseria, sin injusticia, sin humillación.
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