500 Años del descubrimiento de la Isla Grande de Tierra Del Fuego: Magallanes y los desconocidos de siempre | Portal La TDF

500 Años del descubrimiento de la Isla Grande de Tierra Del Fuego: Magallanes y los desconocidos de siempre

Por Sergio Osiroff (*): Medio milenio no es nada. El mes de noviembre recientemente finalizado se llevó, entre más sombras que claros, el medio milenio del descubrimiento de Tierra Del Fuego. Los aniversarios, valga la pena decir, tienen mayor impacto en el pensamiento colectivo cuando el lapso de tiempo involucrado es un número psicológicamente significativo de años. Cien años, dos siglos, medio milenio, etc.
Por ello es que no deja de llamar la atención la falta de difusión del hecho histórico mencionado.
Hace casi treinta años, por dar una idea, al cumplirse cinco siglos del descubrimiento de América, se realizaron diversos actos recordatorios con los que el mundo entero se involucró, sin que país alguno quisiese permanecer al margen de lo que hubiera sido una celebración exclusiva de España. O de las naciones hispanas, a lo sumo. La epopeya era de la humanidad, por lo que no solo nadie quiso quedar afuera sino que se realizó, en su honor y recuerdo, el mayor cruce atlántico de grandes veleros que registre la historia moderna.


Llegaron los malos

Volviendo al descubrimiento del Estrecho y, por lo tanto, de la propia Tierra Del Fuego, se trata de un acontecimiento histórico en que, al menos para los fueguinos, la ausencia de un significativo recordatorio del medio milenio, ha dado la inequívoca certidumbre de que el hecho carece de mayor relevancia para la provincia. Alguna mención en el “submenú” de historia de la página oficial del Gobierno de la Provincia (en el que, detalle al margen, se es tan generoso con el verdadero descubridor del Pasaje Drake, Francisco de Hoces, que si bien no se hace nada por poner la toponimia en su lugar, al menos lo rejuvenece un siglo). O la Legislatura, que un año antes, noviembre de 2019, y aparentemente por iniciativa de particulares, formulaba un recordatorio que no pasaba de una expresión al pasar. O algún medio local, que ha hecho mención del descubrimiento como de una efeméride más.

En resumen, para la conciencia colectiva fueguina, el hecho es como si no hubiera ocurrido nunca. O, más sutil, como si debiera ser reinterpretado, en forma mandatoria, con un sentido condenatorio.


El que controla las palabras, controla la realidad

Pueden esbozarse, por cierto, diversas interpretaciones al respecto. Pero el suscripto se arriesga, como factor preponderante en el olvido, a esbozar que vivimos tiempos en que la pedagogía profesional y hasta la investigación histórica (por no hablar de otros campos de la investigación), tienden a transformarse en herramientas de adoctrinamiento y publicidad.

En la enseñanza, el adoctrinamiento envía a la curiosidad y la duda al contenedor de las cosas desechables. La fuente histórica es reemplazada por la visión ideológica, que se erige en verdad revelada e indubitable.

Quinientos años del descubrimiento de Tierra Del Fuego ... y los fueguinos como si nada (salvo las aisladas y desapercibidas menciones, más otras a cargo de gente vinculada al mar y su historia, pero finalmente difuminadas todas ellas en las noticias cotidianas).

¿Qué otro motivo podría esgrimirse, ante la magnitud del soslayo que se ha hecho del primer avistaje del territorio fueguino por los ojos de los exploradores del Renacimiento, que el propósito deliberado fue ningunear el hecho y, en particular, a sus hacedores?

Si no fue deliberado, es como si lo hubiera sido.


Contextos afuera

Estamos hablando, para ser claros, de un ninguneo que es fruto del esfuerzo premeditado por sacar de contexto a una expedición exploradora de hace medio milenio, con el propósito de valorar con ojos del siglo XXI y en términos de bondad-maldad. Cosa muy propia del criterio posmodernista que caracteriza, no ya al estudio sino al juzgamiento del pasado, insinuando a su vez la existencia de un paraíso americano con anterioridad a la llegada de los hombres del Renacimiento. Y muy particularmente, al arribo de los españoles de ese Renacimiento.


Una sombra ya pronto serás

Por supuesto que, en el soslayo de la expedición española, no pudo existir ni existe ninguna intención deliberada por parte de la mayor parte de los fueguinos, que difícilmente se hayan percatado siquiera del alto simbolismo que tenía el pasado mes de noviembre de 2020 para su provincia.

Y es que las personas comunes, sometidas desde su niñez al machaqueo propagandístico que se ejerce desde la enseñanza oficial, la política y los medios, terminan no enterándose de las cuestiones que hacen a ellas mismas y a la propia geografía en que viven. O se enteran mediante la interpretación coercitiva que elaboran otros, normalmente desde tarimas intelectuales, y sobre la que no hay resquicio para la curiosidad, mucho menos para esbozar un planteo dudoso. Ni admirativo, lo cual constituiría virtualmente una herejía punible.

Vivimos, en definitiva, en épocas en que se ha acentuado la interpretación no solo de la historia, sino del mundo, bajo la tutela de esclarecidos, que son quienes saben lo que debe pensar la gente. Y donde además se ha vuelto importante fomentar la división tribal de esa misma gente.


El hacedor no tiene quien le escriba

La historia de los exploradores españoles, tan importante para nuestra región como la de sus primitivos habitantes, son objeto de militancia y tutelaje académicos. No ocurre en igual grado cuando se trata de aventureros británicos u holandeses, a quienes se los suele favorecer tras relatos románticos en que coexisten la piratería con la ciencia. Es decir, donde las “maldades” o miserias humanas quedan parapetadas tras una trinchera romántica, carente en rigor de realismo, pero que nos los vuelven más potables.

Esta circunstancia explicaría, entre otros motivos, la indiferencia que ha despertado el aniversario del viaje de Magallanes, cuyo carácter “descubridor” sería, en el mejor de los casos, aceptable únicamente como parte de una “visión eurocentrista”, sobre la cual es necesario trabajar para esclarecer conciencias. Ello, mientras Drake está rodeado de su halo de piratería, cosa que nunca fue y que en la actualidad, por añadidura, se ha vuelto sinónimo de romanticismo atractivo, con lo cual hasta lo vemos con simpatía. Como si fuera un Johnny Deep del siglo XVI, enfrentado a los brutales y oscurantistas españoles que solo pensaban en oro y hogueras.

Así es como, como consecuencia lógica de tal conformación mental, despreciamos a Magallanes y, con él, a Malaspina, a los Nodal, a García Jofre de Loaísa, a Francisco de Hoces o al propio Francisco de Elizalde, dos veces gobernador de las Malvinas, en tanto que todo lo que emprendan Fitz Roy y Darwin formará parte de un esfuerzo titánico de conocimiento científico, por puro amor a la ciencia y desprovisto de cualquier interés geopolítico por parte de una Inglaterra que, en los mismo años, invadía nuestras islas.

Hay colonizaciones que no requieren de cañones ni de ahorcamiento económico. Basta con los ilustrados locales. Debidamente domesticados.


¿Picado grueso o fino?

La pregunta del millón podría ser, ¿en qué clase de salamines nos hemos convertido? ¿Somos gente que ha perdido toda noción de lo que, en noviembre de 1520, significaba navegar con éxito el estrecho entre los dos océanos? ¿Tenemos remota idea de la condiciones mareológicas, meteorológicas y cartográficas en que se desarrolló esa extraordinaria aventura? ¿Somos mínimamente conscientes de los riesgos inauditos que enfrentaron Magallanes y sus hombres en esa travesía?

¿Tenemos idea real de lo que, hoy mismo, es decir medio milenio después, son las condiciones de navegación del Estrecho de Magallanes, especialmente desde la Boca Oriental, hasta su encuentro con el Océano Pacífico?

Trasunta, tras los interrogantes planteados, algo que es peor incluso que la ignorancia histórica. Lo que surge, es un desconocimiento casi analfabeto sobre la tierra que habitamos y el mar en que está inmersa. Uno de los peores mares del planeta. Y uno de los peores analfabetismos, porque es el que proviene de la inteligencia y la reiteración de consignas.


Y la nave va

Van las naves de Magallanes por el Estrecho, noviembre de 1520, observando hacia el Sur las costas de Tierra Del Fuego, para que quinientos años después, en la provincia argentina que fue testigo de su proeza, apenas sea un hecho que recuerden algunos interesados en las cuestiones marítimas, e ignore el grueso de la sociedad que se clama “fueguina”, insular, tener la llave de la puerta de entrada a la Antártida ... y hasta ser propietaria de las especies migratorias de peces que pasan por la provincia (art. 87 de la constitución fueguina). ¿Cómo pudo pasar prácticamente inadvertido, a esa sociedad, el medio milenio de la gran aventura?


Tierra de contrastes

Contrasta, la abúlica postura fueguina argentina respecto a Magallanes, con la relevancia que Chile le ha dado a la conmemoración. Claramente compartimos la geografía que fue testigo de su gran aventura descubridora, la misma que a inicios del siglo XVI puso certidumbre sobre las dimensiones del planeta.

Pero no por compartir el mar y la tierra que enmarcaron semejante proeza, compartimos con los chilenos las mismas valoraciones. Para la Región de Magallanes, por empezar, se trató de medio milenio de un hecho trascendental en la historia de Chile. Tanto, que hasta el presidente chileno se hizo presente en Punta Arenas para recibir a la Fragata Elcano de la Armada Española, en viaje conmemorativo. No hubo pandemia que desdibujara un hecho tan importante. Y los medios chilenos sostuvieron empecinadamente el rol de Chile en la celebración de los “quinientos años”.

Por el lado argentino, un buque de la Armada había “escoltado” en su navegación a la Elcano, desde la altura de San Julián hasta darle la despedida al ingreso del Estrecho de Magallanes, rumbo al festejo conmemorativo en Punta Arenas. Como si se tratara de una obligación oficial e ineludible, pero conveniente de mantener en la mayor reserva posible.

En suma, y con claridad, de la magnitud internacional del quinto centenario se daba testimonio en territorio chileno. Del lado argentino, no más que un acompañamiento “protocolar” a la fragata española, por parte de la Armada.

Uno, Chile, es un país marítimo. El otro, en cambio, es uno que entreteje una relación retórica con el mar, plagada de proyectos elocuentes y grandes propósitos. Y fondos públicos que obran como de tazón de café con leche, frente al cual se multiplican las instituciones y especialistas que desean mojar la medialuna.


“Hacer es la mejor manera de decir” – José Martí

Hay que decirlo con todas las letras, siendo lo que se afirma a continuación un hecho del que son conscientes todos los navegantes del Atlántico Sur: Chile es el país que se destaca por su vocación marítima, no la Argentina. A ver si no, y solo por dar un ejemplo, qué información meteorológica prefiere un capitán que navegue el Atlántico Sur y las aguas polares. Si los pronósticos de temporal que irradia la Argentina a través de sus avisos a los navegantes, o la carta sinóptica y evaluaciones de tiempo chilenas. Por los frutos se conoce el árbol. Hablamos de capitanes con experiencia y un mínimo de sentido de la responsabilidad, desde ya.

No es raro entonces que la actitud de los dos países haya sido diametralmente opuesta ante el medio milenio de la gran aventura de Magallanes. Uno es consciente de su destino marítimo y obra en consecuencia, a través de sus acciones. El otro, pareciera estar más pendiente de la articulación de fondos públicos con especialistas en entelequias académicas vinculadas al mar. Una máquina de proyectos, talleres y “papers”, pero a la hora de los bifes, el que tiene en juego responsabilidades concretas sobre buques, cargas y personas …. sabe que debe acudir a Chile. Del lado argentino, solo hay excepciones que confirman la regla.

Solo por mencionar algunas de esas excepciones, justo es destacar que, aún hoy, nuestra cartografía náutica, nuestro pronóstico glaciológico o nuestra actividad antártica nos sigue manteniendo en el primer nivel internacional, sin demasiado que envidiarle a otras naciones. También debe señalarse que aquello pareciera deberse a la calidad remanente de un esfuerzo marítimo y exploratorio que fue sostenido en todo lo posible por el actual empeño personal y de instituciones puntuales que han logrado mantenerse consecuentes con su historia y sus objetivos.

Como que la presencia argentina en el océano y aguas y territorios polares estuvo apuntalada alguna vez en acciones, y no solo en palabras o proyectos carentes de orientación. Ni el mar haya sido utilizado, en épocas en que la Argentina marítima se dedicaba a los hechos, como ringside de disputas entre potenciales beneficiarios de fondos públicos, abriéndose paso hacia los mismos a través de proyectos cuyos propósitos son, a veces, los proyectos mismos, sin responder a un criterio general orientativo de lo que hay que hacer.

Esa misma Argentina, poseedora de la base permanente antártica más antigua del mundo, o cuyos pescadores poblaban Georgias un siglo atrás, o cuya Armada tiene más campañas antárticas ininterrumpidas que la propia Royal Navy, fue también pionera, en el mundo, de la hidrografía y la oceanografía. Cosa esta última que parece olvidarse también, en tiempos en que se publicita que la investigación en el mar llegó ayer al país, o a lo sumo antes de ayer. O donde alguna institución de investigación y desarrollo pesquero, como el INIDEP, se enorgullece de encargar el diseño y construcción de buques de investigación en el extranjero, mientras la UTN, universidad pública y nacional, recibe simultáneamente premios de las más prestigiosas asociaciones de arquitectura naval del mundo, por sus diseños de buques. Entre ellos, uno de investigación pesquera. ¡Lindo abordaje del “desarrollo” nacional!

Fíjese nuevamente en Chile, y se verá cuán distinta es la actitud hasta de sus organismos de investigación. La prioridad la tienen los astilleros de Chile, no los subsidiados de la Unión Europea.


Argentinos, a las cosas

A riesgo de pecar de reiterativos, hágase el ejercicio de indagar –con honestidad intelectual– en los centenares de pesqueros y embarcaciones que operan en las aguas del Atlántico Sur. Tómese el trabajo de verificar, con rigor, cuáles servicios de apoyo meteorológico consideran los capitanes que cruzan sistemáticamente el Pasaje Drake (Mar de Hoces). Y se confirmará entonces la realidad antedicha: hoy es Chile el país con conciencia marítima, el que se pone en el lugar del navegante y sus requerimientos, inmerso en uno de los peores mares del mundo. Eso es hacer. Lo otro, es otra cosa.

No es entonces, para nada extraño, que el quinto centenario del descubrimiento de Tierra Del Fuego mereciera actitudes diferentes de ambos países. El que hace, conmemora. Al otro no le importa.


Se escapa la tortuga

Volviendo a Magallanes, la desmemoria o el menosprecio que nos merece, junto a la ideologización a la que está siendo sometido actualmente el período de exploración y conquista española, dificulta ver en su real dimensión las implicancias que ha tenido su expedición en la historia universal.


Colón el tonto

Es imposible, sin Magallanes, entender la trascendencia de uno de los avances científicos más importantes de todos los tiempos, cual fue el cálculo comprobable del radio de la Tierra. Con lo dicho, se quiere expresar que es la expedición española de Magallanes y Elcano la que posibilita conocer, por primera vez en la historia humana, de un modo demostrable y no solo especulativo, las dimensiones del globo terráqueo.

La historia del huevo...


Era un maple, y parió el ñandú

El planeta, repentinamente, fue más grande de lo que se creía, lo cual explica por qué Colón pudo confundir el nuevo continente con las Indias. Para que se entienda: hasta que no regresaron a España los escasos sobrevivientes de la aventura que descubrió Tierra Del Fuego y completó la vuelta al mundo, la tierra era más chica.

Claro que para comprenderlo, en un sentido realista del término (y no solo emocional o condenatorio), es necesario liberar la cabeza de preconceptos y consignas bienpensantes, para aceptar que Colón no solo no fue un tonto que tuvo un éxito casual, sino un atrevido marino que, con profesionalismo y explotando al máximo los avances cartográficos y náuticos de la época, se animó a largarse a cruzar el Atlántico por latitudes medias. Con un conocimiento groseramente inexacto de las dimensiones del globo, que recién otra expedición española, la de Magallanes, lograría aproximar a la realidad.

¿Se entiende la magnitud de las dos expediciones, las de Colón y Magallanes? Son ellas las dos aventuras que cambian la historia de la humanidad. Hay un antes y un después. Y una de ellas, la de Magallanes, tiene a Tierra Del Fuego por testigo.


Dos grandes pasos para el hombre, un gran paso para la humanidad

Para ponerlas en contexto, podría afirmarse que son aventuras más grandes que el arribo del hombre a la Luna. Más grandes, para ser claros, porque las incertidumbres puestas en juego durante el desarrollo de ambas expediciones españolas fueron infinitamente mayores, cuando se hace el juego de equipararlas, que las de los viajes espaciales que culminaron en el alunizaje de la Apolo 11. El marco de conocimiento, desarrollo técnico y comunicación en tiempo real, son clara y absolutamente disímiles. A mayor incertidumbre y desconocimiento, mayor talento, mayor habilidad, mayor coraje y mayor decisión son las herramientas que marcan la diferencia. Con ellas contaban los exploradores españoles. Sin ninguna conexión, aunque suene absurdo pero es necesario decirlo, con centro de monitoreo alguno que pudiera corregir sus derrotas. Dependiendo sólo de sí mismos. Lo dicho no desmerece (mal podría hacerlo) la aventura lunar. Pero el marco que rodea a las dos máximas aventuras españolas, es decir la de Colón y Magallanes-Elcano, es irrepetible.


Hasta el infinito, y más allá

¿Para qué seguir con este razonamiento, que acaso pueda extenderse hasta el infinito? Y en ese infinito entrar en disputas ideológicas, lingüísticas, y con jurados academicistas y posmodernos que nos conduzcan a un callejón sin salida, donde no poder ver lo principal. O donde tener que tolerar opiniones sin argumentos, con tal de no perpetuar la discusión.

Lo medular son naves españolas que, en el peor de los mares del mundo, con un absoluto desconocimiento de costas y bajofondos, de mareas y trenes de depresiones, oponen talento, actitud batalladora y observación racional a los muchos temporales y pasos restringidos, a rocas de presencia desconocida, atreviéndose a navegar el paso que encuentran entre el Atlántico y el Pacífico. Y que durante esa navegación, exitosa pese a la multiplicidad de peligros, avistan por vez primera estas tierras en las que vivimos. Y en las que hablamos el mismo idioma que otras seiscientas millones de personas en el mundo, gracias a esos mismos aventureros.


El tedio al poder

Lo peor de todo, no obstante, no es el desprecio. Al fin de cuentas, Magallanes y Elcano son tan grandes que es imposible que cualquier ninguneador rentado, por más diploma que esgrima, pueda hacer mucho contra la magnitud de la hazaña. Ni los anglosajones se han atrevido a tanto.

Lo más duro no viene por allí. Lo más difícil de tolerar es que la historia educativa oficialista niegue, a los niños fueguinos, un hecho real sobre el que echar a volar la imaginación.

A esos niños, a esos jóvenes, no se les niega el medio milenio. Eso es lo de menos. Se les cercena la posibilidad de involucrarse, en sus sueños y pulsaciones, con una tierra y mares que son su propia tierra y su propio mar, y que han requerido, durante toda la historia humana, de gente que se hiciera al océano con mayores incertidumbres que certezas, cosa que es propia del espíritu aventurero. Probablemente superando miedos, pero con templanza y habilidad. Gente como lo fueron los yamanas y los expedicionarios españoles que descubrieron (o redescubrieron, si se quiere) la Tierra Del Fuego.

Hay que ser demasiado indolentes, o tener capacidades pedagógicas especiales, o ser demasiado imbéciles, para negarles a los fueguinos, especialmente a los más pequeños, las historias de aventuras que tienen que ver con la geografía en que viven.

Es una forma de aferrarlos a la tierra firme, mutilándoles la capacidad de soñar aventuras de mar e involucrarse en ellas. Es una forma eficiente de prepararlos para que, la hoy romántica piratería, quede en manos de quienes más nos han sojuzgado y balcanizado como nación latinoamericana.

Bien hecho por los negadores de Magallanes (y despreciadores de Colón), hay que admitirlo. Lo hacen bien. Saben cumplir al pie de la letra con el libreto que proviene del academicismo anglosajón, el mismo que sostiene la promoción de la leyenda negra, para que nos siga corroyendo.


Igual soñemos, aunque no exista permiso

Soñemos con Antonio Pigafetta, uno de los sobrevivientes de la expedición de Magallanes:

“Si no hubiéramos encontrado ese estrecho, tenía proyectado el capitán general descender hasta los 75 grados del Polo Antártico, pues a tal latitud y en aquella estación, no se hace nunca la noche o es muy breve: es decir, como en invierno ocurre con el día”

Y pongámonos, para degustar ese relato, quinientos años atrás. No es un Shakespeare creando frases para el entretenimiento. Es un capitán que medio milenio atrás, decide llegar hasta el fin del mundo, si es necesario, con tal de cumplir su objetivo. ¿Alguien puede darse una idea de cuál era la decisión que lo animaba? ¿Se entiende a lo que estaban dispuestos los exploradores españoles? Hoy día, llegar no ya a los 75 grados de latitud, sino apenas a los 60, es un reto.

Demasiado emocionante, pero de emoción imbuida de grandeza y realidades, no de emotividades retóricas ni palabras en vano. Demasiado emocionante, decimos, para dejar semejante epopeya a un lado. Como si no hubiera sido nunca.


Tierra de Sandokanes

Los fueguinos argentinos también son, entonces, merecedores de soñar. Fueguinos a quienes, la enseñanza oficial, les tiende a ocultar en su real dimensión a tan grande capitán como Magallanes. Como les ha ocultado, entre apelaciones al victimismo, la realidad de esos canoeros extraordinarios que supieron sobrevivir desafiando al peor mar del planeta, y que también son merecedores de inspirar sueños.

Ya bastante tienen los actuales fueguinos con el adoctrinamiento al que son sometidos, como para no dejarles siquiera una hendidura abierta a la imaginación.

Adoctrinamiento carente, por lo tanto, de sueños, conforme al discurso mandatorio que baja desde universidades, academias y los más diversos formatos de la pedagogía pública, que conforme al relato británico nuestros inteligentes a sueldo repiten como buenos loritos adiestrados. Tal vez sea por ello atinado recordar, ante tanto progresismo autodenigratorio, que “Queremos seguir siendo esta maravillosa mezcla de españoles, indios y africanos. Nos sentimos privilegiados por eso. Es lo que nos dio la historia”.

El día que entendamos la profundidad de estas palabras de Fidel Castro (que van más allá de las adhesiones o rechazos ideológicos a su persona), volveremos quizás tras nuestros propios pasos, para reconocer lo que somos. Y tal vez, entonces, nos volvamos a dedicar a las acciones productivas y concretas, y no solo a armar congresos sobre el mar, o a disputar recursos públicos poniéndolo de telón de fondo.


¡Al abordaje!

Se cumplieron quinientos años de la expedición de Magallanes. Medio milenio del avistaje de la tierra en que vivimos. Es acaso tiempo de inspirar ansias de aventuras, en aquellos a quienes los sueños se les han desdibujado en el adoctrinamiento.

Es importante rescatar del olvido el descubrimiento de nuestra provincia (¡o redescubrimiento, si se quiere!). Evitar que la gran aventura española de los mares del Sur siga siendo pasto de consignas, es parte del reto que tenemos quienes, como queda expresado en las palabras de Castro, nos sentimos privilegiados de ser una maravillosa mezcla de españoles, indios y africanos (más todos los que se sumaron como si tal cosa). Pertenecemos, después de todo, al sector del continente americano donde, con todos sus defectos, el ancla del puritanismo nunca pudo hacer cabeza. Y seguiremos intentando que no lo haga.

Por lo pronto, en noviembre del año que viene se cumplirán 501 años del avistaje de nuestra provincia. No será un número redondo, pero nunca es tarde para la aventura del conocimiento, que es madre de curiosidades y de otras aventuras.

(*) Docente UTN – Facultad Regional Tierra Del Fuego, e integrante del grupo de estudios logísticos UTN Antártida Argentina

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