La bala de plata de Javier Milei | Portal La TDF

La bala de plata de Javier Milei

1. Salarios argentinos y élites globales

La productividad de la economía argentina es muy alta. Esto se debe no solo a la generosa disponibilidad de recursos que permite la amplia geografía nacional, sino también a los patrones de conducta laboral de su fuerza trabajadora y a la capacidad innovadora de su sector empresario.

Esta realidad, siempre conscientemente ignorada por el sistema mediático, y casi siempre inconscientemente ignorada por el sistema académico, lleva a concluir que los salarios argentinos deberían estar en niveles por lo menos similares a los de, por ejemplo, España o Italia. ¿Por qué no es así?

No es así por la forma en la que se da la puja distributiva en Argentina. Esto es, el capital, a costas del trabajo, se apropia de porciones excesivas del producto.

Esta es una situación común entre las naciones; de hecho, una realidad casi sin excepciones entre aquellas que alguna vez fueron colonias. Es que es difícil entrar al club de países de altos salarios, porque para eso se necesita del permiso de las élites que controlan la mayor parte de la economía mundial. Permiso que le ha sido concedido, por ejemplo, a Japón y a Corea del Sur, permitiéndosele integrarse a la economía global con salarios acordes a sus productividades. Esto a cambio, por supuesto, de mantener las numerosas bases norteamericanas en sus territorios y un incondondicional alineamiento con Occidente.

Excepción a esta regla son dos tipos de naciones. Por un lado, aquellas que tienen dotaciones demasiado generosas de recursos naturales en términos de su población, como ser algunos países petroleros, que aun así en algunos casos tienen salarios pisados, pero estados ricos. Esto les permite generar amplios beneficios sociales y redes clientelares eficaces, que logran estabilidad política a pesar de tratarse de regímenes autoritarios. La otra (gran) excepción es China que, al lograr resistir los incasables avances occidentales para desarmar el control autónomo de su economía, desde hace más de cuatro décadas viene logrando elevar los salarios al ritmo de sus notables y constantes aumentos de productividad.

En cuanto al mayoritario grupo de las ex colonias, o si se prefiere las semi colonias, cuando surge un liderazgo político que intenta terciar en la puja distributiva a favor del sector trabajador, se activan de inmediato los mecanismos defensivos del capital (que siempre es global, más allá de los peones locales que ejecutan las medidas). Estos mecanismos son de diverso tipo, y son posibles gracias al control -en la práctica total- que el capital tiene de los sistemas mediáticos, de “justicia”, de formación de precios basales, y de los bancos centrales. Y cuando todo eso no alcanza, se recurre a los golpes, los bombardeos, las invasiones, los magnicidios o las misteriosas muertes prematuras de lxs líderes desobedientes.

Pero a veces no son los liderazgos los excepcionales, sino los propios pueblos. En tales casos, más desafiantes, el capital debe recurrir a estrategias alternativas. A esta cuestión volveremos en breve.


2. La bala de plata de Javier Milei

Antes del triunfo el 19 de noviembre pasado, la campaña del presidente electo se caracterizó no solo por el tono violento y el negacionismo de los crímenes de la última dictadura, sino además por propuestas que lo ubicaron en un lugar singular en el escenario político nacional (el abandono de la moneda nacional) e incluso global (su oposición a la Agenda 2030).

Desde su victoria electoral, sin embargo, ha moderado significativamente no solo la forma si no también el fondo de su discurso. Cuánto de esto es verdad y cuánto estrategia lo sabremos a partir de mañana. En todo caso, si nos guiamos por el nombramiento de sus funcionarios principales en el área económica, parecería que hay que prepararse para un Macrismo 2.0, es decir, más endeudamiento y debilitamiento del estado, y más retroceso del salario y del bienestar popular.

Sin embargo, también es dable pensar que Milei, astutamente, elige a estos funcionarios a fin de que funcionen como una vanguardia que le será pronto dispensable, una vez que hayan generado las condiciones necesarias para lo que fue su gran caballito de campaña: la dolarización - o, como él mismo ha precisado, la liberalización del uso de monedas, una vez eliminado el peso argentino.

Un indicio de que esta segunda estrategia puede ser la elegida fue el tweet del 24 de noviembre, en el cual declaró que “el cierre del BCRA no es negociable”. Este escueto comunicado fue una respuesta directa al mensaje de su -entonces aun no designado- ministro de economía, que ese mismo día había prometido a un selecto grupo de banqueros que la dolarización “con suerte, se la comenzará a discutir en dos años, pero aun así es improbable”.

Lo cierto es que, por razones que luego se argumentarán, la dolarización es la única carta de supervivencia que tiene Milei, si descartamos la opción que pueda reconvertirse en promotor de un capitalismo con una fuerte impronta estatal y parcial en favor del trabajo, como fueron Juan Domingo Perón o Néstor Carlos Kirchner, y como por supuesto no fue Alberto Vicentín Fernández(*1). Basta pensar que el Macrismo 1.0 estaba en vías de implosión ya hacia principios del 2018, antes que fuera salvado desde Washington con el préstamo récord del FMI.

Lo cierto, también, es que la dolarización es la única pesadilla que preocupa al Círculo Rojo argentino, y a sus jefes más allá de las fronteras, en lo que refiere al gobierno que mañana comienza. De hecho, y como a continuación se explicará, la liberalización monetaria implicaría pérdidas enormes del capital, a costas del trabajo -algo que es siempre conscientemente ignorado por el sistema mediático, y casi siempre inconscientemente ignorado por el sistema académico.

Pero Milei lo tendrá que pensar con cuidado. Ya se sabe que le sucede a lxs dirigentes que le quitan rentas relevantes al capital. Pregúntesele si no a Amado Boudou, padre intelectual del Fondo de Garantía de Sustentabilidad de la Anses, hoy valuado en 75 mil millones de dólares. Es decir, y aproximadamente, apenas tres años de lo que los dueños de los medios de producción se apropian cada año de plusvalía del sector trabajador argentino gracias a la permanente devaluación del peso. La vicepresidenta electa debe estar rezando a una estampita de Jorge Rafael Videla para que Milei se atreva a intentar la dolarización.


3. La dolarización es nacional y popular

Ante todo: no, por supuesto que la dolarización no es lo ideal. Se trata de un “segundo mejor”, como se suele denominar en economía a las políticas que son la opción que sigue a la óptima. Lo ideal sería que lxs argentinxs hubiéramos sabido o podido desarrollar una moneda estable, lo cual nos permitiría disponer de las herramientas monetarias que habilitan, por ejemplo, actuar contracíclicamente ante los vaivenes naturales de la economía.

El problema es el pueblo argentino. El problema para el capital, queremos decir. Esto porque el salario mínimo de equilibrio político en nuestro país está en torno a los 800 dólares mensuales. Con menos de eso, hay insatisfacción social y conflicto laboral permanente.

Esto es así desde hace mucho tiempo. Incluso desde antes del peronismo, que fue el movimiento que cristalizó la potencia del sector trabajo en Argentina. Y esta es la gran diferencia con la mayoria de otras semicolonias o ex colonias, donde los salarios de equilibrio político son significativamente más bajos.

La solución que encontró el capital frente al dilema de este pueblo pretencioso es ya tan antigua como, justamente, el peronismo: inflacionar. Y para que nadie o casi nadie se dé cuenta, invierte incesablemente las monedas necesarias en medios y en academia para generar desinformación sobre los orígenes de la inflación permanente.

Así, han logrado convertir en sentido común dos grandes y eternas falacias: por un lado, que la inflación se debe a un problema de oferta (emisión) de pesos, y no de demanda (que es baja porque los propietarios de los medios de producción son extranjeros, ergo no necesitan pesos); y por otro, que la incapacidad de sostener al peso frente a las monedas de referencia extranjeras se debe al déficit fiscal, y no al déficit de la balanza de pagos.

Como se comprenderá, en ambos casos el problema estructural es el mismo: la tierra y las empresas son (excesivamente) extranjeras. Ya lo decía hace 80 años el gran Scalabrini Ortiz, y todavía faltaba muchísimo en el trayecto de la extranjerización de nuestra economía.

A esto hay que agregar la oligopolización de casi todos los mercados, que permite a poquísimos actores (casi todos extranjeros) actuar a gusto e piacere en la formación de precios, frente a una clase política que no ha sabido, cuando ha querido, enfrentarlos. Y todo esto a fin de sostener otra eterna mentira, la del “costo argentino”, que es una forma de decir que en nuestras tierras no aceptan retribuir al pueblo trabajador en proporciones similares a la de los países de donde provienen esos mismos capitales. El resultado: un país rico con un pueblo pobre.

Así, la inflación permanente -al punto de estar naturalizada en nuestra cultura- es el método óptimo para lograr incrementar la plusvalía apropiada, descomprimiendo el conflicto con el mismo método que la rana, que es hervida gracias al gradual calentar del agua. Esto hasta que todo estalla, endeudamiento público mediante, y el ciclo vuelve a comenzar.

La dolarización, o la liberalización de la moneda, rompe este ciclo. Al romperlo, cristaliza la puja distributiva. Y si alguien sabe bien lo que sucederá entonces, son los pagadores de malos salarios del Círculo Rojo: luego de un período de depresión colectiva, comenzará un ciclo de conflicto imparable que, gracias a la capacidad de movilización del sector trabajador argentino, llevará a aumentos constantes del salario real.

Si en Ecuador el salario ha mejorado un 50% en 20 años de dolarización, ¿cuánto podemos esperar en Argentina? Den por hecho que mucho más.

Alguien podrá decir, momento: durante la convertibilidad el sector trabajo no tuvo el comportamiento que aquí se predice. Es un buen punto, la respuesta es la siguiente: el pueblo argentino de hoy es muy distinto. En los ‘90 la dictadura estaba fresca y la hiperinflación hiperfresca. Hoy, aun si logran una nueva hiper, no podrán borrar de la mente popular lo que se logró en el período 2003-2013, cuando, en palabras de un dirigente macrista, el pueblo no solo creyó posible, sino que hasta experimentó los placeres prohibidos y desubicados de poder llenar la heladera, comprarse aires acondicionados, freezers, teléfonos, autos y hasta permitirse vacaciones, incluso en el extranjero.

Pero esa recuperación salarial se la hizo en simultáneo con un ciclo inflacionario, generado a partir de 2007 y que fue in crescendo sin pausa desde entonces. Fue un gran error del peronismo no dolarizar, o al menos establecer una convertibilidad, en ese mismo año, cuando las cuentas del Central y el doble superávit (de pagos y fiscal) lo permitían y la inflación no llegaba a los dos dígitos. Una vez que el capital logra iniciar el ciclo inflacionario, la partida está perdida, aun si se logra aguantar unos años.

Otro contraargumento posible al aquí presentado puede ser el siguiente. ¿Por qué dolarizar si nuestros vecinos Chile y Uruguay logran aumentar el salario real manteniendo sus monedas? Pues porque los salarios mínimos de ambos países están en 550 dólares, y esos son salarios de hambre, indignos, e inferiores a los que las productividades de esas economías también permitirían.

Hace 40 años que Chile crece, y sin embargo ese el salario, y ni hablar del endeudamiento de las familias que se ha generado a través de incentivos irresponsables. En cuanto a Uruguay, aplica un razonamiento similar, pero cabe agregar que es también un caso distinto, ya que su dotación de recursos en términos de su población, y su posicionamiento geoestratégico frente a sus dos grandes vecinos, le permiten de hecho una tasa superior de retorno al capital. Aun así, la tasa es tan alta que los salarios permanecen bajos.

En todo caso, y volviendo al nuevo Gobierno Nacional que asume mañana, es dable visualizar el siguiente panorama. Si el capital le tuerce el brazo a Milei y no dolariza, su gobierno será endeble y probablemente más breve que el mandato constitucional. Si dolariza, y luego de un período complejo, su popularidad crecerá significativamente y le será dable convertir su movimiento político en un fenómeno estable y de largo plazo. Sin embargo, la probabilidad que las élites globales y sus peones del Círculo Rojo local le permitan a este ya de por sí (supuesto) enemigo de la Agenda 2030, cerrar ese enorme instrumento de apropiación del sudor del pueblo argentino que es el BCRA, luce sumamente improbable.

Por Antonio Cicioni, 9 de diciembre de 2023.

*1 Así denominado popularmente en algunos sectores de Argentina por el histórico arrugue al comienzo de su mandato, cuando pudo tomar el control de la importante cerealera Vicentín, lo que hubiera permitido al estado nacional hacer pie en un sector clave en la fuga de capitales y la formación de precios.

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