Instituto Dorrego: auge de la historia Nacional y Popular | Portal La TDF

Instituto Dorrego: auge de la historia Nacional y Popular

El titular del Instituto Nacional Manuel Dorrego, dependiente de la Secretaría de Cultura, respondió a todas las críticas que se le plantearon, defendió tanto la probidad intelectual como el rigor investigativo de sus integrantes y reivindicó la corriente nacional, popular y federalista que encarna.
A través de una columna de opinión publicada en Tiempo Argentino, Pacho O´Donnell parafraseó a George Winter: "La historia es la política del pasado y la política es la historia del presente" al alegar en defensa del movimiento que encarna.
No me detendré a refutar los conceptos del director de la carrera de Historia en la UBA pues me exime su grosería al intentar insólitamente "romper" personalmente una conferencia mía en el ámbito universitario bajo su dirección. Por otra parte sus conceptos vertidos en la entrevista publicada en este diario son por sí mismos una autodescalificación por vulgares y contradictorios.

Lo más remarcable de tan lamentable circunstancia fue la extraordinaria solidaridad hacia mi persona de los estudiantes de distintas orientaciones que habían respondido a la invitación de la agrupación peronista Megafón.

Aprovecharé en cambio este derecho a réplica que generosamente se me concede para reflexionar sobre algunos temas que hacen al Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego que me honro en presidir, disipadas ya las turbulencias que su oficialización provocó en algunos grupos de historiadores en ya franca retirada de sus dominios en la UBA y el CONICET, quienes pretendieron erigirse en representantes y "jefes" de sus colegas.

Uno de sus injuriosos dardos fue adjudicar al Instituto intencionalidades políticas ligadas al actual gobierno, como si la historia conservadora y liberal, esencialmente antiperonista que defienden, no encubriera fuertes condicionantes y propósitos políticos.

Por otra parte, ¿cómo puede sorprender que sea un gobierno peronista el que dé existencia legal a una corriente inocultablemente impregnada de peronismo, siguiendo los mismos pasos formales que oficializaron a los otros institutos nacionales durante otras presidencias?

El revisionismo popular de antaño, también FORJA, fueron preperonistas; sus principales fuentes doctrinarias, lecturas frecuentes de Perón, y luego del 17 de octubre muchos de sus integrantes, aquellos que como Pepe Rosa, Jauretche o Scalabrini, estaban comprometidos con los intereses de sectores medios y proletarios, se incorporaron al peronismo. Tampoco es ajeno el hecho de que la presidenta de la Nación, doctora Cristina Fernández de Kirchner, militante desde su adolescencia, conozca la historia abrevada en los textos revisionistas que nutrían la ideología de la resistencia peronista durante las reiteradas dictaduras cívico- militares. Su orientación es clara: un retrato de Juan Manuel de Rosas cuelga por fin en la Casa de Gobierno, Juana Azurduy y Felipe Varela ascendidos al generalato, la Vuelta de Obligado y la Guerra del Paraná rescatadas de la sombra a que fueron condenadas durante demasiado tiempo por la historia oficial.

La que se perpetúa hasta hoy en corrientes todavía dominantes, cambiando de collares, incorporando tecnologías novedosas, pero sin resignar un ápice su representatividad de los intereses dominantes, elitistas, aliados a los poderes ajenos, en el campo historiográfico. Que habían tenido éxito en marginar y acallar, hasta hoy, a las tendencias al servicio de lo nacional, popular, federalista, iberoamericano, democrático, que nunca se rindieron en la batalla cultural, a pesar de su inferioridad de condiciones que les coartó la difusión de sus ideas y principios.

Se nos reprocha que no pocos de los integrantes del Dorrego no somos historiadores formados en aulas universitarias. Ello no se debe a que padezcamos de alguna disminución intelectual sino que es una decisión personal crítica hacia lo que significa la enseñanza académica de la Historia entre nosotros.

Pero es además una imputación falsa pues hay entre nosotros también destacados historiadores egresados de instituciones universitarias, doctorados en la UBA e investigadores del CONICET, como Alberto Lettieri, Martín Cuersta, Fernando del Corro, quienes dirigen en nuestro Instituto investigaciones de las que participa otra veintena de colegas graduados.

También historiadores reconocidos como tales por su trayectoria como Hugo Chumbbita, Pablo Vázquez, Francisco Pestanha, y otros ocupan cátedras en las universidades de La Matanza, Lanús, Lomas de Zamora, etcétera.

Por mi parte, egresé del colegio secundario en 1953, cuando la Historia no estaba en el panorama de elección de carrera. Además, no es la Historia mi única vocación por lo que me gradué como médico para ser psicoanalista (eran tiempos en que los psicólogos aún no habían hecho valer sus derechos), y desarrollo todavía hoy una intensa actividad como escritor y dramaturgo. Ello no ha sido óbice para ser habilitado por las autoridades competentes para ejercer como director del Departamento de Historia de la UCES, donde nunca he sido ni seré descortés con algún invitado por las autoridades o por los cursantes.

El espectro se amplía aun más pues es convicción nuestra que la Historia, dada su complejidad y alcance, no le compete sólo a historiadores. Por eso, entre nuestros miembros hay politólogos, sociólogos, periodistas.

Annales

En un artículo en este medio, Alberto Lettieri, miembro del Dorrego, doctor en Historia e investigador principal del CONICET, explicaba el proceso de alienación de la enseñanza universitaria de la Historia argentina: "En 1929 Lucien Febvre fundó la revista Annales con el objetivo de oponer a la historia positivista y tradicional, basada en el método positivista y las fuentes escritas como documento exclusivo, una nueva concepción historiográfica: la historia 'viva' o 'total', que impugnaba la parcelización del conocimiento y convertía a toda la vida humana en objeto de la disciplina histórica."

En la nueva historia que proponía Febvre, individuos, grupos sociales, piedras, caminos, topónimos, notas privadas, arquitectura, iconografía, etc., se constituyen en los nuevos documentos a ser tenidos en cuenta por el historiador. Sólo bastaba que se les supiera hacer hablar, formulándoles las preguntas adecuadas.

De este modo, el campo de la historia se convertía en infinito, así como también sus documentos o las posibilidades de colaboración con otras disciplinas. Planteo de hipótesis, trabajo en equipo, sólida formación de un historiador para dar respuesta a la demanda social de las clases educadas, que exigían comprender el presente a través del pasado, y el pasado a través del presente (…)

Sin embargo, ese proceso de reformulación del paradigma historiográfico tenía un límite muy estricto. En efecto, Febvre pretendía vaciar a la tarea del historiador de su contenido "ideológico". De este modo, las construcciones conceptuales de mediano y largo plazo eran objetadas por su "dogmatismo", al tiempo que se cuestionaba también la influencia de la ideología en las acciones sociales colectivas.

Por otra parte, al demandar una formación de excelencia para los historiadores, los divulgadores eran descalificados por Febvre a causa de su "diletantismo" y escasa rigurosidad analítica (…) Naturalmente, tras esa pretendida historia total vaciada de ideología, se ocultaba un contenido ideológico elemental, que presentaba al statu quo no como una construcción política y social que implicaba un cierto reparto desigual de poder y de bienes materiales y culturales, sino como el resultado presuntamente "natural" del devenir histórico (…) Para Febvre, la historia debía ser una disciplina al servicio de las clases educadas y propietarias, y los interrogantes y explicaciones ofrecidas debían dar respuestas a sus inquietudes y a sus temores (…)

La mirada de Febvre y de la Escuela de los Annales influyó de manera determinante en los cultores de una vertiente de la historia social que se cultivó en nuestro país, sobre todo a partir de principios de la década de 1980, y que vulgarmente se ha denominado como "romerismo". Esta novedosa empresa no sólo pretendió explicar la historia argentina prescindiendo del peronismo, sino también instalando una versión pretendidamente profesionalista y academicista que mantuvo las grandes líneas interpretativas del vetusto mitrismo, autoasignándose el monopolio en la fijación del paradigma historiográfico. Para esto, debió asegurarse de controlar los principales espacios de poder en la UBA, el CONICET, los ministerios y secretarías de Educación, y una amplia franja del mercado editorial, obteniendo tales objetivos de manera fulminante, de la mano del naciente alfonsinismo.

"De este modo, en base a una supuesta competencia académica y el control impuesto sobre la disciplina histórica, el 'romerismo' contrapuso prácticas autoritarias hacia el interior de la corporación a su discurso presuntamente democrático y pluralista. Asimismo, ideologizó la ciencia pretendiendo prescindir de la ideología en sus explicaciones, al sostener que sus argumentos se sustentaban en rigurosos fundamentos científicos y metodológicos y una impoluta excelencia académica."

Las consecuencias de la irrupción de nuestra corriente nacional, popular y federalista han sido mucho mayores a las previstas. Su marcha es hoy venturosa, reclamados por casi todas las provincias y muchas de sus ciudades para el dictado de conferencias o seminarios, comprometidas con la necesidad de deconstruir la historia porteñista, oligárquica y elitista, y a cambio profundizar la versión que acompañe el proceso de recuperación nacional y popular. Están reescribiendo sus propias historias y definiendo sus verdaderos próceres, aquellos que se enfrentaron, en defensa de los intereses populares y provinciales, íntimamente relacionados, al despotismo de la oligarquía portuaria y sus delegados provinciales: Bustos en Córdoba, Andresito en el noreste, Artigas en Entre Ríos, la revalorización como revolucionario jefe popular de un Güemes condenado hasta hoy a ser sólo el "gaucho defensor de frontera norte".

La batalla contra quienes reaccionaron desmesuradamente ante nuestra oficialización está ya ganada en la gente, que elige leer, mirar o escuchar los libros, los programas de radio y televisión de los nuestros, de Felipe Pigna, de Hernán Brienza, de Araceli Bellota, de Hugo Chumbita, también los míos, en vez de las producciones de Luis Alberto Romero, Hilda Sábato, Privitello, quienes, en su intención de hacer de la historia un feudo de elitismos y de privilegios, han quedado desconectados de la ciudadanía.

Intencionalidades

Los estudiantes peronistas del Peronismo Militante de la UBA nucleados en Megafón, los organizadores de mi presentación en la calle Puán, expresaron en su comunicado: "Citando a Jauretche, la historia es la política de la historia y predicar lo contrario es un acto que esconde intencionalidades también políticas.

La apelación a estereotipos de historiadores pretendidamente inocuos esconde aviesas intenciones políticas que están ligadas a la defensa de los privilegios de minorías en detrimento de los derechos a las mayorías.

Creemos que es el fin del proceso emancipatorio que vivimos hoy, lo que se pretende al negar o cuestionar los hechos de nuestra historia develados por aquellas corrientes historiográficas que no tienen lugar en la universidad."

"La distancia de los historiadores 'profesionales' con el pueblo debe ser tomada como una carencia y una deuda de la universidad para con su país.

Y es esta vacante la que viene a cubrir el Instituto Dorrego, dado que sin divulgadores la historia se constituye propiedad de unos pocos que mediante la falsificación desfiguran el pasado, para privarnos de la experiencia, sabiduría madre del proceso de liberación, y para impedirnos que como Pueblo alcancemos la técnica, la aptitud para concebir y realizar la Polítical Nacional".

Aciertan los del Peronismo Militante en que la denigración de los "divulgadores" cuestiona la decisión de compartir el conocimiento histórico con el pueblo, sacarlo del dominio de unos pocos, evitar que la Historia sea una más de las posesiones de los propietarios, de quienes detentan los instrumentos del poder social, político y económico. Es, ni más ni menos, que la disputa entre poderosos y mayorías en el campo cultural.

Si bien reivindicamos el término "revisionismo", lo hacemos en homenaje a nuestros antecesores, desde Alberdi ("Sarmiento y Mitre han instalado un despotismo turco en la interpretación de nuestra historia") hasta quien fuera Miembro de Honor de nuestro Instituto, Eduardo Luis Duhalde, pasando por Saldías, los Irazusta, Pepe Rosa, Jauretche, Scalabrini Ortiz, Jorge Abelardo Ramos, Hernández Arregui, Fermín Chávez, Ortega Peña y otros, nuestros antepasados doctrinarios.

Pero los de hoy no somos revisionistas en el sentido que nuestra función y razón de ser va más allá de "revisar" la historia mitrista disfrazada por la inteligencia de un Halperín Donghi, sino que somos una corriente historiográfica que ha ya constituido su propia identidad doctrinaria e ideológica.

De allí la publicación de La otra Historia (Ediciones Ariel/Planeta) en la que dieciséis miembros del Dorrego hemos querido dar cuenta de nuestra visón historiográfica desde los sectores populares, recuperando lo negado por la versión supuestamente "natural", "aideológica", la del pensamiento único a partir de Pavón, la de los sectores dominantes, conservadores, liberales y autoritarios, que así encadenaron nuestra disciplina a su construcción de poder. Rescatando el papel de los excluidos, de las mujeres, de los proletarios, de los pueblos originarios. Porque para nosotros los hechos históricos no son consecuencia exclusiva de la participación de los "grandes hombres" sino que son el resultado de movimientos sociales en los que dichos sectores no ingenuamente "obviados" son casi siempre protagonistas antipoder. Ni siquiera la Revolución de Mayo puede ser explicada sin el reconocimiento del papel de los "infernales", el grupo de choque de French y Beruti, la chusma alborotadora y armada, o el de las milicias criollas, constituidas cuando las armas, entre las dos invasiones inglesas, pasaron a manos del pueblo.

¿Acaso Saavedra no era un humilde vendedor de vajilla, French un cartero y Beruti un administrativo virreinal? ¿No habrán sido más importantes en Mayo los antecedentes de las insurrecciones indígenas contra la colonización hispánica (Tupak Katari, Juan Calchaquí, Juan Viltipoco y otros) que las ideas afrancesadas conocidas sólo por un grupo de criollos "decentes"?

Programas educativos

Es mucho lo queda por hacer todavía, principalmente la modificación de los programas de escuelas, colegios y universidades, donde aún impera la historia disfrazadora y alienante. Aunque lo cierto es que ese cambio se ha ido ya dando desde adentro, desde profesores y alumnos que no aceptan que se les pretenda imponer ese aparato ideológico en desmedro de los intereses nacionales y populares. Pero lo cierto es que la capilla que pretende descarrilarnos sigue disponiendo de mucho poder en lo universitario y lo académico porque la renovación sólo podrá darse gradualmente con la convocatoria a concursos trasparentes y también porque aún no hay suficientes historiadores formados en nuestra escuela que puedan disputar todas las cátedras y becas.

Por eso seguirán siendo válidas las formaciones por fuera de ellas, basadas en el estudio, la dedicación y, sobre todo, la comprensión de que, como lo señalara George Winter: "La historia es la política del pasado y la política es la historia del presente."

Los "dueños" de la historia que nos cuestionaron con un énfasis que llegó a la ridiculez, lo hicieron con infundios y con el apoyo de la prensa más difundida. Intentaron y en alguna medida lo lograron, ayudados por errores nuestros producidos en el fragor de una contienda tan lejana al debate, convencer que nosotros estábamos en contra de la formación universitaria en el conocimiento de la Historia. Nada más falso. Tengo y tenemos un gran respeto por aquellos que han elegido formarse sin atarse al "romerismo", decisión difícil pues era y es poner en riesgo la profesionalización, el acceso a becas, viajes, cátedras, empleos, subsidios, etcétera. Los tenemos en nuestro Instituto y siempre hay y habrá lugar para ellos.

No ignoramos que entre los adeptos a la Historia Social hay muchos, pensamos que la mayoría, que profesan una visión nacional, popular y federalista de la política y de nuestra disciplina.

Sólo falta converger, encontrarnos, aunque persistan las diferencias que servirán para enriquecernos en la discusión civilizada. Sin directores de carrera que se propongan "romper" en persona la exposición de alguien con quien no están de acuerdo.

No hay comentarios :

Publicar un comentario

Comentarios con Insultos o Agravios personales no serán publicados.